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DOMINGO V DE CUARESMA -B-

DOMINGO V DE CUARESMA -B-

«SI EL GRANO DE TRIGO MUERE, DA MUCHO FRUTO»

 

CITAS BÍBLICAS: Jer 31, 31-34 * Heb 5, 7-9 * Jn 12, 20-33

El Señor Jesús se encuentra en Jerusalén para celebrar las Fiestas de Pascua. Entre los forasteros que han acudido a la ciudad, hay un grupo de griegos que, asombrados de lo que se dice de él, se acercan a Felipe manifestándole su deseo de conocerle. Felipe se lo comenta a Andrés, y los dos se lo hacen saber a Jesús. Éste, al oírles les dice: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto».

Con esta respuesta el Señor nos enseña a leer los acontecimientos de la historia, para discernir en ellos cuál es la voluntad de Dios. Lo que para nosotros hubiera supuesto un motivo de complacencia al comprobar cómo nuestra fama traspasaba fronteras, para Jesús, es signo de que su misión en este mundo está llegando a su fin. Sabe perfectamente que no está en el mundo para recibir el reconocimiento de las gentes, sino para morir, como holocausto, para la salvación de los hombres. Y es este acontecimiento, precisamente, el que le da a entender que ese momento ha llegado.

El grano de trigo al que alude en su respuesta es su propio cuerpo. Es necesario que ese grano de trigo muera para que dé abundante fruto. Nosotros estamos llamados en esta generación a una misión idéntica a la suya. Estamos llamados a morir como él en favor de los demás. Él lo hizo de una manera cruenta, es decir, derramando su sangre, tú y yo tenemos que morir negándonos, por amor, a nosotros mismos, en favor de aquellos que nos rodean. Morir de este modo es la mayor manifestación de amor a nuestro prójimo.

¿Cómo se muere de este modo? El marido muere por la mujer renunciando a tener razón, aunque así sea, y elude cualquier enfrentamiento. No le importa sacrificarse por su esposa en pequeñas cosas, en pequeños caprichos, aunque hacerlo suponga renunciar a su comodidad. Lo mismo podemos decir de la mujer. Los dos compiten negándose a sí mismos, para dar gusto al otro. Morir al otro es morir a nuestra razón, a nuestros derechos, ya sea entre familiares, entre amigos, en el trabajo, etc.

Resumiendo, amar al prójimo supone la negación de uno mismo. El que ama de verdad busca hacer feliz al otro, aunque, la mayoría de las veces, lo haga fastidiándose así mismo. Significa esto que amar implica sufrir, implica olvidarse de uno mismo en favor del otro. Ahora se comprenden las palabras del Señor: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna».

Nosotros podemos preguntarnos, ¿qué ganaré yo actuando así? Actuando así, experimentarás la felicidad más grande posible. La felicidad más grande es la que se experimenta cuando uno, renunciando a sí mismo, se entrega de verdad al otro por amor. En ese momento estás haciendo con tu prójimo lo mismo que Dios hace cada día contigo. Por eso, dice a continuación el Señor Jesús: «El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí estará también mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará». Servir a Cristo es llevar a cabo su misión en esta generación. Para eso nos ha elegido y para eso nos da cada día la fuerza del Espíritu Santo. Para nosotros, es totalmente imposible ser otros cristos si el Espíritu Santo no derrama con abundancia sus dones. Sin embargo, esa ayuda nunca nos faltará porque la empresa no es nuestra. La empresa es del mismo Dios que, «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad».

Alegrémonos, pues, de que el Señor se haya fijado en nosotros. Somos por ello los primeros beneficiarios. Nada hemos hecho para merecerlo, pero el Señor nos mima y nos cuida porque nos ama, pero, sobre todo, porque ama con locura al resto de los hombres.


DOMINGO IV DE CUARESMA -B-

DOMINGO IV DE CUARESMA -B-

«DIOS NO MANDÓ A SU HIJO AL MUNDO PARA CONDENAR AL MUNDO»

 

CITAS BÍBLICAS: 2Cro 36, 14-16.19-23 * Ef 2, 4-10 * Jn 3, 14-21

Nos encontramos en el cuarto domingo de Cuaresma. Ya llevamos recorrido la mitad de este tiempo que nos prepara para la Pascua. A este cuarto domingo se le llama en la liturgia de “Laetare”, porque así empieza la antífona del rito de entrada que dice: “¡Alégrate, Jerusalén…!” Es un domingo en el que la austeridad penitencial que caracteriza toda la Cuaresma, significada en los ornamentos morados, se ve un tanto aliviada al cambiar el morado por el color rosa. La Iglesia, con este signo, viene a decirnos: ¡Ánimo, ya falta menos! Ya nos acercamos a la gran fiesta de la Pascua.

Hoy la Iglesia nos propone un fragmento del evangelio de san Juan. Se trata de una lectura que pone de manifiesto el gran amor de Dios Padre hacia su criatura, hacia ti y hacia mí. San Juan compara la serpiente de bronce que Moisés puso en un mástil como remedio para aquellos que habían sido mordidos por las serpientes venenosas, con la figura del Señor Jesús pendiente del árbol de la Cruz. Mirar la serpiente de bronce era suficiente para verse libre del veneno de las víboras. Mirar con fe al Señor crucificado, es así mismo el remedio que tú y yo tenemos para vernos libres del veneno de la mordedura del pecado.

La manifestación mayor del amor de Dios hacia ti y hacia mí, que somos pecadores, llegó a su punto culminante al no tener inconveniente en entregar a su propio Hijo a una muerte ignominiosa, para que tú y yo, libres del pecado y de la muerte, pudiéramos disfrutar de la vida eterna.

«Dios, dice san Juan, no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo». No es Dios quien condena, son nuestros propios pecados los que nos condenan. Si Dios envió a su Hijo al mundo, fue precisamente para destruir al pecado y con él a la muerte que es su fruto. Pero, ¿cuál es la condición para experimentar la salvación? Creer en el Señor Jesús, creer que es aquel al que el Padre ha enviado para nuestra salvación. De la misma manera que era indispensable mirar la serpiente de bronce con fe para verse libre del veneno, es indispensable también creer en Aquel que, con su muerte y resurrección, nos ha devuelto la vida.

Dios no condena a nadie. Todo lo contrario, si ha enviado a su Hijo el mundo es porque su voluntad es que todos los hombres se salven. Sin embargo, tú y yo somos libres para aceptar o rechazar esa salvación. San Juan dice: «El que cree en Él, no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios». Por tanto, somos nosotros los que, rechazando la salvación, elegimos la condenación.

Y, ¿cuál es la causa de esa condenación? Nos lo dice también san Juan: «Que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas». De esto todos tenemos experiencia. Todos evitamos que los demás nos vean cuando pecamos. Hasta los niños pequeños se esconden de los mayores cuando hacen travesuras. Ha de estar una persona muy destruida para presumir de hacer el mal delante de los demás.

Nosotros, no hemos de tener miedo en reconocer nuestras infidelidades. Probablemente los demás se escandalicen al comprobar nuestros fallos, pero el Señor, que es luz, no se escandaliza y nos ama en nuestra debilidad. Él quiere iluminar nuestro interior destruyendo el pecado y hacernos experimentar a la vez su gran amor.

 

 

DOMINGO III DE CUARESMA -B-

DOMINGO III DE CUARESMA -B-

«NO CONVIRTÁIS EN UN MERCADO LA CASA DE MI PADRE».

 

CITAS BÍBLICAS:  Éx 20, 1-17 * 1Cor 1, 22-25 * Jn 2, 13-25

En el evangelio de hoy vemos al Señor Jesús entrando con sus discípulos en el templo de Jerusalén. Encuentran el atrio repleto de vendedores que ofrecen a los que entran animales destinados al sacrificio. En unas mesas están también los cambistas ofreciendo cambio de monedas para facilitar la entrega de limosnas destinadas al templo.

El Señor Jesús no puede resistir el espectáculo. Monta en cólera y haciendo con unas cuerdas un látigo, arroja del templo a los vendedores y vuelca las mesas de los cambistas mientras les dice: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Los comerciantes están dando culto al dinero en el templo, que es lugar de recogimiento y oración. Todos buscan obtener pingües ganancias, porque lo que ciertamente les importa, no son los sacrificios y ofrendas, sino el beneficio que obtienen de las ventas y del cambio de moneda.

¿Qué relación, podemos preguntarnos, existe entre este pasaje de los vendedores del templo y nuestra vida cotidiana? Veámoslo. Por el Bautismo, nuestro cuerpo, queda convertido en templo del Espíritu Santo. San Pablo en su primera carta a los Corintios dice: «¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?». Esto es cierto, pero también es cierto que el Espíritu de Dios habita en nosotros, siempre que nosotros no lo rechacemos y lo contristemos.

¿Cómo podemos contristar al Espíritu Santo para que abandone nuestro interior? Dando culto en él a otros ídolos. Tú y yo, de palabra, decimos que queremos que el Señor sea lo primero en nuestra vida, sin embargo, ponemos nuestra confianza en el dinero y en los bienes materiales. Buscamos la felicidad en la familia, en el trabajo, en las amistades, en las diversiones, en el sexo. Siempre que está en nuestra mano buscamos complacernos en todo. Resumiendo, no es precisamente a Dios a quien pedimos la felicidad en primer lugar. A Él recurrimos cuando no tenemos más remedio. Cuando nos encontramos impotentes. Él es nuestro último recurso, y a veces, ni eso.  

¿Se parece, pues, nuestro interior al atrio del templo del evangelio de hoy? No cabe la menor duda. Lo verdaderamente grave estriba en que, si en tu interior das culto a los ídolos del mundo, dinero, afectos, sexo, etc., es imposible que el Espíritu Santo comparta con ellos ese espacio. No podemos dar culto al mismo tiempo a Dios y a Belial. «No se puede servir a Dios y al dinero», nos dirá el Señor Jesús.

Este evangelio viene a situarnos en nuestra realidad. Viene a echarnos en cara nuestras infidelidades, pero no para hundirnos en ellas, sino para descubrir que en el templo de nuestro interior damos culto a los ídolos. Éste es un primer paso para cambiar de dirección, para convertirnos, para reconocer delante del Señor que somos pecadores. Él no nos exige ser impecables. Él conoce nuestra condición humana pecadora y sabe que no está en nuestras fuerzas cambiar de vida. Por eso pone delante de nosotros este tiempo de Cuaresma que nos prepara a celebrar la Pascua. En ella, con el Señor, podremos vencer las inclinaciones que nos llevan a la muerte, y experimentar que podemos alcanzar una vida nueva, una vida de resucitados, unidos al Señor Jesús vencedor de la muerte. 

DOMINGO II DE CUARESMA -B-

DOMINGO II DE CUARESMA -B-

«ÉSTE ES MI HIJO AMADO; ESCUCHADLO»

 

CITAS BÍBLICAS: Gen 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18 * Rom 8, 31b-34 * Mc 9, 2-10

Hay una serie de preguntas que necesariamente debemos hacernos, si no queremos que nuestra vida sea semejante a la de cualquier animal. Decimos esto, porque los animales, a pesar de la desmesurada importancia que se les está dando en la actualidad, nunca se han preguntado: ¿Quién soy? ¿Para qué vivo? ¿De Dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Cuál es la razón última de mi existencia?...

No tener respuesta a estas preguntas supone para nosotros tener una existencia semejante a la de los hongos o la de las setas. Aparecen de la noche a la mañana, tienen una vida efímera y desaparecen sin dejar rastro.

La diferencia fundamental entre tu vida y la mía y la de los animales y las plantas, estriba, en que tú y yo, no sólo vivimos, sino que tenemos consciencia de que vivimos. Sabemos que vivimos. Esta particularidad hace que sea mucho más grave no tener respuesta a las preguntas que hemos formulado, pues, salvo que no tengamos sentimientos, desconocerlas puede ser origen de grandes sufrimientos. Nosotros, a pesar de lo que afirman los nihilistas, nacemos teniendo sembrado en nuestro interior una ansia de permanencia, un deseo de eternidad, que de no ser satisfecho produce en nuestro interior frustración e insatisfacción, potenciando a la vez nuestro egoísmo.  

La palabra del evangelio de hoy viene a arrojar luz sobre la razón última de nuestra existencia. Vemos al Señor Jesús con Pedro, Santiago y Juan en la cima del monte Tabor. Delante de sus discípulos se transfigura mostrándoles su naturaleza divina, oculta hasta aquel momento. Sólo el hecho de ver al Señor transfigurado junto a Moisés y Elías, provoca en ellos tal felicidad, que Pedro, tomando la palabra exclama: «Maestro. ¡Qué bien se está aquí!». Aún está hablando cuando una nube los envuelve y una voz desde el interior afirma: «Éste es mi Hijo amado: escuchadlo».

Nosotros, a diferencia de las setas, como hemos dicho, no hemos aparecido en el mundo por generación espontánea. Somos fruto de la voluntad de Dios que, pensando en nosotros desde toda la eternidad, y amándonos a cada uno entrañablemente, nos ha dado la vida. Lo ha hecho para hacernos partícipes de su inmensa felicidad, depositando en nosotros su amor y dándonos a la vez capacidad para amarle. Además, para que no lo amáramos a la fuerza, nos ha regalado la libertad. Don, que hemos utilizado mal apartándonos de él. Su amor, sin embargo, ha llegado al extremo de entregar a la muerte a su propio Hijo, para restaurar lo que nuestro pecado había destruido.

Hoy, en el monte, en su propio Hijo, ha querido testimoniar públicamente su amor hacia nosotros exclamando: «Éste es mi Hijo amado». A ti y a mí, pecadores e ingratos, lavados por la sangre de su Hijo, nos llama hoy sus hijos amados. Ésta es la razón última de nuestra existencia. De Él salimos y hacia Él caminamos, y por sus entrañas de misericordia, estamos llamados a disfrutar de su presencia por toda la eternidad.


DOMINGO I DE CUARESMA -B-

DOMINGO I DE CUARESMA -B-

«CONVERTÍOS Y CREED LA BUENA NOTICIA»

 

CITAS BÍBLICAS: Gén 9, 8-15 * 1Pe 3, 18-22 * Mc 1, 12-15

En el evangelio de hoy, domingo primero de Cuaresma, vemos al Señor Jesús que después de recibir el bautismo de Juan en el Jordán, es empujado al desierto por el Espíritu. Va a permanecer allí en oración y ayuno durante cuarenta días, para prepararse a su vida pública.

El número cuarenta aparece en diversas ocasiones en la Escritura. En el Génesis, primer libro de la Biblia, vemos a Noé y a su familia entrar en el arca para salvar su vida durante el diluvio universal, que duró cuarenta días y cuarenta noches. El diluvio supuso para Noé y su familia, el inicio de una vida totalmente nueva.

Lo mismo sucedió con el Pueblo de Israel cuando después de cuatrocientos años de esclavitud en Egipto, anduvo durante cuarenta años en el desierto hasta poder disfrutar de la tierra que el Señor había prometido a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.

Los cuarenta días en el desierto del Señor Jesús suponen para Él, el final de la vida privada en Nazaret, y el inicio de su vida pública, en la que llevará a cabo la misión que el Padre le ha encomendado. Para nosotros, este tiempo nos invita también a hacer un cambio radical en nuestra vida, si tenemos en cuenta las palabras del Señor: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia».

El Señor, durante los cuarenta días que pasa en el desierto, se priva de alimentos y se mantiene en continuo diálogo con el Padre a través de la oración. De este modo nos muestra dos armas importantes para la lucha contra las asechanzas y tentaciones del maligno, el ayuno y la oración

Hemos dicho en muchas ocasiones que el Señor Jesús, al tomar nuestra condición humana se hizo totalmente semejante a nosotros. No era un Dios disfrazado de hombre. Por eso, nada de lo que nos pueda suceder a nosotros le era extraño. Sintió hambre, sed, y cansancio. Estuvo sometido a dolencias y enfermedades exactamente igual que tú y yo y, sin duda, tuvo momentos de desánimo y pasó por horas bajas. Solo en un aspecto de su vida fue totalmente diferente a nosotros, no conoció el pecado, pero sin embargo fue sometido a tentación como cada uno de nosotros.

Hoy, vemos como el maligno, después de los cuarenta días de ayuno, y aprovechándose sin duda de su debilidad física, le somete a tres tipos diferentes de tentación. Son las tentaciones que conocemos como la tentación del pan, la tentación de la historia y la tentación de los ídolos. Estas tres tentaciones son paradigma de todo tipo de tentación. Ya las sufrió el pueblo de Israel durante los cuarenta años que anduvo en el desierto. El pueblo quiso asegurarse el pan. Sabían que en el desierto es imposible la vida, por eso exigieron a Moisés y en consecuencia a Dios, pan, agua y carne en abundancia. No querían morir en el desierto por inanición. Protestaron y renegaron también del plan de Dios porque los llevaba por el desierto, no aceptando la historia que les proponía. Finalmente, dieron culto a los ídolos poniéndolos en el lugar del único Dios y pidiéndoles la felicidad y la vida.

El Señor nos muestra la manera de resistir al maligno, porque también nosotros, como el pueblo, buscamos en primer lugar asegurarnos la vida. No aceptamos los acontecimientos que nos toca vivir, y los cambiaríamos si estuviera en nuestras manos. Finalmente damos culto a los ídolos, representados en el dinero, las riquezas, el poder, haciendo que ocupen en nuestra vida el lugar del Dios verdadero.

Para resistir a estas tentaciones, tenemos las mismas armas que empleó el Señor Jesús: el ayuno, la oración y la limosna. Utilicémoslas siempre, y ahora, de un modo especial, durante la Cuaresma.   

 


DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

«Señor, si quieres, puedes limpiarme».

 

CITAS BÍBLICAS:  Lev 13, 1-2. 44-46 * 1 Cor 10, 31--11, 1 * Mc 1, 40-45 

En este domingo del tiempo ordinario, que será el último antes de que iniciemos la Cuaresma, aparece un leproso que suplica al Señor Jesús de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». El Señor, siente lástima de él y tocándolo le dice: «Quiero: queda limpio». El evangelio sigue diciendo que «la lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio».

En primer lugar, queremos destacar la fe del leproso en la persona del Señor. Cree, con toda certeza, que tiene poder para limpiarle, por eso acude a él pidiéndole la salud. Hay otro detalle que también merece señalarse. El evangelio dice que el Señor Jesús, al verle, «siente lástima». Queda con ello al descubierto, el corazón compasivo del Señor.

Antes de seguir adelante, queremos señalar lo que en tiempos de Jesús suponía estar enfermo de lepra. La lepra era una enfermedad terrible que no tenía cura. Aquellos que la padecían se veían obligados a vivir en cuevas o chozas lejos de las poblaciones, a las que tenían prohibido entrar. Cuando transitaban por los caminos, iban agitando una campanilla mientras decían gritando: “Impuro, impuro”.

Hemos repetido en multitud de ocasiones que la Palabra de Dios, cuando se proclama, incide de una manera directa en la vida de aquellos que la escuchan, obrando de distintas maneras. A unos, nos llama a conversión. En otros, ilumina acontecimientos que a veces no se entienden. Nos consuela en los sufrimientos o nos da ánimo y fortaleza ante problemas de difícil solución. Nos muestra siempre el amor y la misericordia del Señor para con nosotros. También hoy, este pasaje viene en nuestra ayuda.

Desde antiguo, la Iglesia ha comparado al pecado con la lepra. Como ella, cubre nuestra existencia como una piel adherida a nuestro cuerpo. También como en ella, es difícil, sino imposible, vernos libres de sus consecuencias. Tenemos experiencia de que nosotros somos incapaces de liberarnos de nuestras malas inclinaciones, de nuestros vicios y de nuestros pecados. Lo intentamos, resistimos, pero una y otra vez caemos de nuevo. No está en nuestras manos ni en nuestro esfuerzo, vernos libres de esa lepra.

Ante esta situación, la respuesta de nuestro Buen Dios, ha sido el envío de un Ayudador, de uno que ha cargado con nuestros pecados y tiene poder para cambiar por completo nuestra existencia. Hablamos del Señor Jesús, enviado por el Padre para nuestra salvación. Sin embargo, para experimentar esa salvación y verla aplicada a cada uno de nosotros, hay que seguir un cierto protocolo. En primer lugar, debemos estar plenamente convencidos de que estamos leprosos y de que, a pesar de nuestros esfuerzos, no podemos quedar limpios. En segundo lugar, reconocer, como el leproso, que el Señor Jesús tiene poder para limpiarnos. Finalmente, acercarnos con humildad al Señor y decirle: «Si quieres, puedes limpiarme». Podemos estar seguros de que la misma mirada de lástima y compasión que el Señor dirigió al leproso, la dirigirá hacia nosotros. Él nos ama tiernamente y desea nuestra felicidad. Lo único necesario es que creamos en él y se lo pidamos.   


DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

«TODO EL MUNDO TE BUSCA» 

 

CITAS BÍBLICAS: Job 7, 1-4.6-7 * 1Cor 9, 16-19.22-23 * Mc 1, 29-39

Hoy, san Marcos, nos dice que al salir de la sinagoga Jesús se dirige con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. Allí se entera de que la suegra de Simón se encuentra en cama y con fiebre. Se acerca a ella, la toma de la mano y la levanta. Al punto se le pasa la fiebre, la abandona la enfermedad, y se dispone, sin más, a servirles.

La noticia de que el Maestro se encuentra en la casa de Simón, corre por toda la población, de manera que al atardecer todos los enfermos, lisiados y poseídos, se agolpan a la puerta pidiendo ser curados de sus males. El Señor, con paciencia y mucha más misericordia, los atiende y va curando sus dolencias.

De madrugada sale de la casa y se dirige solo al descampado para ponerse en oración con el Padre. Los discípulos, al notar su ausencia lo buscan, y cuando lo hallan le dicen: «Todo el mundo te busca». Él, les responde: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido».

San Marcos nos hace ver en este pasaje el dominio del Señor sobre las enfermedades y su poder frente a los espíritus del mal. Sin embargo, si nos quedamos con eso y no vamos más allá, recortamos drásticamente la misión del Señor. Es verdad que, si leemos a Isaías, comprobamos que ha venido a abrir los ojos de los ciegos, a hacer andar a los cojos, hablar a los mudos y oír a los sordos. Sin embargo, no es ese el fin último de su visita. Mediante esos hechos asombrosos, refuerza ante la gente la misión que el Padre ha puesto en sus manos. Él ha venido a anunciar la Buena Nueva a los pobres. A salvar a todos aquellos que el pecado mantiene en esclavitud. A resucitar a aquellos que creen que viven porque andan por la calle, pero que tienen el alma muerta porque su vida no tiene sentido. Ha venido a ser fortaleza del débil, consuelo del que sufre…

Es posible que pienses no estoy sordo, ni ciego, ni cojo, etc., y que por ello tengas dificultad para verte entre los enfermos y necesitados que se acercan al Señor. Sin embargo, quizá te sea difícil interpretar los acontecimientos que te suceden en la vida en tu día a día. No entiendes tus fracasos, tus problemas en el trabajo o en la familia, o no acabas de comprender la historia de tu vida, el porqué de todo lo que te sucede. Podemos decir entonces que también tú eres ciego y sordo ante esos hechos de tu vida. Necesitas, como las gentes del evangelio, acercarte a aquel que tiene poder para ayudarte. Él está dispuesto a dar sin exigir nada a nadie. Lo único que hace falta es que tú reconozcas su poder y la necesidad que tienes de su ayuda.

Otro problema que tenemos es caer en manos del maligno. Él es muchísimo más sabio e inteligente que nosotros. Normalmente no notaremos su presencia en nuestra vida, porque sabe que lo rechazaríamos si nos diéramos cuenta de que se trata de él. Todo lo que nos ofrece parece a simple vista bueno y nos lo da con palabras halagüeñas. Nos da siempre la razón. Difícilmente nos echa nada en cara. Sabe presentarnos las cosas de manera que cuando tomamos una decisión, creemos sinceramente que ha sido idea nuestra. De esta manera nos lleva de un lado para otro, sin que nos demos cuenta de que es él el que hace y deshace. Por todo esto, luchar con él es muy difícil, porque su manera sutil de actuar difícilmente lo delata.

Sin embargo, nada hay oculto a los ojos del Señor. Él ha venido a salvarnos, a librarnos de las garras del maligno. A defendernos de sus asechanzas y mentiras. Ha venido a darnos a conocer el amor del Padre que no tiene límite, y que, conociendo tu debilidad y la mía, nada nos exige para querernos. Acudamos, pues, al Señor, como lo hacían los habitantes de Cafarnaúm, con la seguridad de encontrar remedio a nuestras dolencias y perdón a todas nuestras faltas.

 

DOMINGO IV DE TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO IV DE TIEMPO ORDINARIO -B-

«¿QUÉ ES ESTO? ESTE ENSEÑAR CON AUTORIDAD ES NUEVO». 

 

CITAS BÍBLICAS: Dt 18, 15-20 * 1Cor 7, 32-35 * Mc 1, 21b-28

El Señor Jesús da comienzo a su predicación. En Galilea y después en todo el territorio de Israel, visita, sobre todo en los sábados, las sinagogas para anunciar a todos la Buena Nueva del Reino.

Hoy lo hace en la sinagoga de Cafarnaúm. Ha acudido a la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo. El demonio, por boca de este endemoniado, se pone a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpa y le dice: «Cállate y sal de él». El evangelista continúa diciendo que el espíritu inmundo lo retuerce y dando un fuerte grito sale de él. Los presentes, estupefactos se preguntan: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen».

Es importante que de este evangelio nos fijemos en dos frases que dice el demonio por boca de aquel poseído: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?». Con el pecado de Adán, el mundo ha quedado bajo el dominio del maligno, de manera que el hombre se encuentra impotente por completo para librarse de la esclavitud del demonio. Este dominio, sin embargo, toca a su fin con la llegada del Señor Jesús. Él viene a devolver al hombre su dignidad primera. Viene a destruir el pecado y con el pecado la muerte. Destruir la muerte implica la derrota de aquel que es el príncipe de las tiniebla y señor de la muerte.

Para nosotros este pasaje del evangelio es hoy una buena noticia. También nosotros, por nuestro pecado de origen, estamos sometidos a la autoridad del maligno. Exceptuando algunos casos especiales, no se trata de un dominio total, pero es cierto que, influenciados por su sabiduría y sus malas artes, muy superiores a nuestra sabiduría, nos dejamos arrastrar con frecuencia siguiendo sus instigaciones. Él, posee el arte de hacernos ver como bueno y apetecible para lograr la felicidad, acciones que son intrínsecamente malas y que, una vez cometidas, producen en nosotros desazón e infelicidad.

Nos ayudará a comprender esto, recordar el primer pecado de la humanidad. El maligno, convence a Eva de que comer del fruto prohibido le va a proporcionar la sabiduría y el ser como Dios. Se trata de un regalo envenenado con un envoltorio llamativo, pero que en su interior sólo contiene muerte y sufrimiento. Lo malo es que, a Adán y a Eva, sólo se les abren los ojos cuando ya no hay remedio.

La reacción del demonio en el pasaje de hoy se comprende, porque descubre que por fin ha llegado Aquel que, con su poder, puede quitarle la autoridad que durante siglos ha ejercido sobre el hombre. Por el contrario, para nosotros, esa, precisamente, es una magnífica noticia.

Para terminar, es interesante fijarnos en lo que, admirada, dice la gente: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen». ¿Qué significa que el Señor Jesús enseña o habla con autoridad? Las palabras del Señor no son de aquellas que se lleva el viento. Las palabras del Señor tienen poder, porque detrás de esas palabras hay una vida que las ratifica.

Nosotros somos discípulos de Jesucristo. Tenemos como misión extender el Reino de Dios en nuestro tiempo. Podemos anunciar a los que nos rodean la Buena Nueva, pero ese anuncio sólo será eficaz, si nuestras acciones, y nuestra vida, corresponden a aquello que de palabra anunciamos. Pidamos al Señor ser consecuentes haciendo carne en nosotros aquello que de boca profesamos.