DOMINGO I DE CUARESMA -B-
«CONVERTÍOS Y CREED LA BUENA NOTICIA»
CITAS BÍBLICAS: Gén 9, 8-15 * 1Pe 3, 18-22 * Mc 1, 12-15
En el evangelio de hoy, domingo primero de Cuaresma, vemos al Señor Jesús que después de recibir el bautismo de Juan en el Jordán, es empujado al desierto por el Espíritu. Va a permanecer allí en oración y ayuno durante cuarenta días, para prepararse a su vida pública.
El número cuarenta aparece en diversas ocasiones en la Escritura. En el Génesis, primer libro de la Biblia, vemos a Noé y a su familia entrar en el arca para salvar su vida durante el diluvio universal, que duró cuarenta días y cuarenta noches. El diluvio supuso para Noé y su familia, el inicio de una vida totalmente nueva.
Lo mismo sucedió con el Pueblo de Israel cuando después de cuatrocientos años de esclavitud en Egipto, anduvo durante cuarenta años en el desierto hasta poder disfrutar de la tierra que el Señor había prometido a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.
Los cuarenta días en el desierto del Señor Jesús suponen para Él, el final de la vida privada en Nazaret, y el inicio de su vida pública, en la que llevará a cabo la misión que el Padre le ha encomendado. Para nosotros, este tiempo nos invita también a hacer un cambio radical en nuestra vida, si tenemos en cuenta las palabras del Señor: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia».
El Señor, durante los cuarenta días que pasa en el desierto, se priva de alimentos y se mantiene en continuo diálogo con el Padre a través de la oración. De este modo nos muestra dos armas importantes para la lucha contra las asechanzas y tentaciones del maligno, el ayuno y la oración
Hemos dicho en muchas ocasiones que el Señor Jesús, al tomar nuestra condición humana se hizo totalmente semejante a nosotros. No era un Dios disfrazado de hombre. Por eso, nada de lo que nos pueda suceder a nosotros le era extraño. Sintió hambre, sed, y cansancio. Estuvo sometido a dolencias y enfermedades exactamente igual que tú y yo y, sin duda, tuvo momentos de desánimo y pasó por horas bajas. Solo en un aspecto de su vida fue totalmente diferente a nosotros, no conoció el pecado, pero sin embargo fue sometido a tentación como cada uno de nosotros.
Hoy, vemos como el maligno, después de los cuarenta días de ayuno, y aprovechándose sin duda de su debilidad física, le somete a tres tipos diferentes de tentación. Son las tentaciones que conocemos como la tentación del pan, la tentación de la historia y la tentación de los ídolos. Estas tres tentaciones son paradigma de todo tipo de tentación. Ya las sufrió el pueblo de Israel durante los cuarenta años que anduvo en el desierto. El pueblo quiso asegurarse el pan. Sabían que en el desierto es imposible la vida, por eso exigieron a Moisés y en consecuencia a Dios, pan, agua y carne en abundancia. No querían morir en el desierto por inanición. Protestaron y renegaron también del plan de Dios porque los llevaba por el desierto, no aceptando la historia que les proponía. Finalmente, dieron culto a los ídolos poniéndolos en el lugar del único Dios y pidiéndoles la felicidad y la vida.
El Señor nos muestra la manera de resistir al maligno, porque también nosotros, como el pueblo, buscamos en primer lugar asegurarnos la vida. No aceptamos los acontecimientos que nos toca vivir, y los cambiaríamos si estuviera en nuestras manos. Finalmente damos culto a los ídolos, representados en el dinero, las riquezas, el poder, haciendo que ocupen en nuestra vida el lugar del Dios verdadero.
Para resistir a estas tentaciones, tenemos las mismas armas que empleó el Señor Jesús: el ayuno, la oración y la limosna. Utilicémoslas siempre, y ahora, de un modo especial, durante la Cuaresma.
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