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DOMINGO I DE ADVIENTO -A-

DOMINGO I DE ADVIENTO -A-

ESTAD EN VELA, PORQUE NO SABEIS NI EL DIA NI LA HORA.

CITAS BÍBLICAS: Is 63, 16b-17.19b;64, 2b-7 * 1Cor 1,3-9 * Mt 13, 33-37  

Con este domingo, primero de Adviento, damos comienzo a un nuevo año litúrgico. La Iglesia nos hará presente a través de él, toda la historia de salvación. Lo hará, principalmente, mediante el evangelio de san Mateo que es el que corresponde al ciclo litúrgico A.

Son muchas las cosas de cada día que dependen de nuestra voluntad. Hay una, sin embargo, que es totalmente ajena a ella: la vida. Por eso hemos de considerar este nuevo año como un don del Señor, un tiempo de gracia que nos servirá para disfrutar del regalo de la vida, y a la vez, para bendecir al Señor del que depende nuestra existencia.

El Señor Jesús, en el evangelio de este primer domingo del año, nos invita, precisamente, a estar alerta aguardando su venida. Lo hace porque con facilidad podemos caer en la tentación de considerar nuestra vida terrena como algo definitivo. Así, nos dice, vivían los hombres en tiempos de Noé, comían, bebían, se casaban. Pero de improviso llegó el diluvio y se los llevó a todos. Cuando venga el Hijo del Hombre, sigue diciendo, dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán. Dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Son situaciones irreversibles que no dependen de nuestra voluntad, por eso, nos dice el Señor: «Por tanto estad en vela, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor».

Nuestro encuentro particular con el Señor será semejante a la llegada del ladrón. El dueño de la casa desconoce la hora en que llegara. Es necesario, por eso, «estar preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre».

Siempre hay que vivir alerta. Por eso la Iglesia, en este tiempo de Adviento insiste en la necesidad de estar siempre vigilantes. Tú y yo, por más que nos empeñemos, no podemos modificar el momento de nuestro encuentro con el Señor. Dios quiere que se mantenga oculta la hora en que sucederá esto, pero ni quiere que vivamos agobiados pensando en él, ni tampoco que vivamos ajenos a esta realidad, de modo que cuando llegue nos coja desprevenidos. Si recibiéramos un aviso de la visita de alguien que iba a traernos un gran regalo, estaríamos todo el tiempo pendientes de su llegada sin distraernos. ¿Hay algún regalo más grande que el que nos dará el Señor con su venida y que es la vida eterna? Es necesario, pues, estar alerta.

Sólo quisiera añadir que hasta ahora nos hemos referido a nuestro encuentro definitivo con el Señor, pero no debemos olvidar que, a través de los acontecimientos de cada día también el Señor se manifiesta. Lo hace acercándose a nosotros en la persona del pobre que nos alarga la mano, o del enfermo que necesita ánimo y consuelo, o de aquel familiar o conocido que se encuentra en una situación de dificultad, etc. Seamos conscientes de que, en todas estas ocasiones, es el Señor el que nos visita y obremos en consecuencia. Estemos siempre alerta. En la carta a los Hebreos podemos leer: «Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará».

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