NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
«CRISTO VENCE, CRISTO REINA, CRISTO IMPERA»
CITAS BÍBLICAS: 2 Sam 5, 1-3 * Col 1, 12-20 * Lc 23, 35-43
En el Año Litúrgico están recopilados y hechos presente los acontecimientos relativos a toda la Historia de Salvación. Una historia en la que ocupa un lugar relevante la Palabra, que fue el origen de todo lo creado. San Juan dice en el inicio de su evangelio refiriéndose a ella: «Todo se hizo por ella y sin ella nada se hizo». Esta Palabra, que es el Señor Jesús, es la que se hizo carne y acampó entre nosotros. San Pablo, en la carta a los Colosenses, nos dice hoy que «todo fue creado por él y para el… que él es el principio, el primogénito entre los muertos, y así es el primero en todo». No nos ha de extrañar, por tanto, que, en este último domingo del año litúrgico, como culmen de toda la historia de salvación, la Iglesia nos muestre al Señor Jesús como Rey del Universo. Un Rey que ha de reinar hasta que bajo sus pies queden sometidos todos sus enemigos, incluyendo al más representativo de todos ellos que es la muerte.
La realeza de Cristo, que implica que se le ha dado todo poder, tiene para nuestra vida una significación fundamental. Somos criaturas de Dios llamados a disfrutar de una vida eterna y plenamente feliz junto a nuestro Creador. Nuestro Padre-Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Como su esencia es el amor, nos hizo seres capaces de experimentar el amor y a la vez capaces de amar. Esto significaba para nosotros la felicidad plena. No satisfecho con darnos la vida, su amor por ti y por mí llegó al extremo de querer darnos el mayor regalo posible después de la existencia: la libertad. Quería que fuéramos seres libres. No quería ser amado a la fuerza. Nosotros, sin embargo, ante la tentación del maligno, en vez de mantenernos fieles a nuestro Dios, le volvimos la espalda. Esta acción nos acarreó un sinfín de desgracias de todo tipo. Aparecieron las enfermedades, los odios, el egoísmo, el ansia insatisfecha de llenar con afectos humanos y riquezas de todo tipo, el hueco dejado en nuestro corazón por el amor de Dios, y mil sufrimientos más. Pero lo peor, fue que apareció en nuestra existencia la muerte, algo que no estaba contemplado cuando fuimos creados. Separados de Dios, que es la vida, nos encontramos sumidos en la muerte.
¿Cómo es la respuesta del Padre ante el pecado del hombre? Totalmente distinta a la respuesta que daríamos nosotros. El Padre, que nos ama sin ninguna limitación, pergeña de inmediato un plan de salvación. Enviará a su propio Hijo en una carne mortal como la nuestra, para que asumiendo nuestro pecado y penetrando en la muerte, dé muerte a la muerte resucitando en provecho nuestro. Lo eleva como Señor de la muerte y de todo lo que como consecuencia del pecado nos esclaviza y oprime. Todo lo que para ti y para mí es imposible: la muerte física que te amedrenta, tu orgullo desmedido, tu sexualidad desbocada, tu ambición sin control, la envidia que te corroe, la soberbia que te hace creer que eres el rey del universo, tus dolencias físicas, y un largo etcétera, encuentran en su poder sin límites la solución. Él es el Rey del Universo. Empezó a reinar desde la Cruz y está puesto por el Padre como nuestro Ayudador. Tiene sometidos bajos sus pies todos los principados y potestades. Está siempre atento para ayudarnos en cuanto le invoquemos. San Pablo resume su ayuda en una certera frase: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta».
Alegrémonos, por tanto, de tener un tal Ayudador. Él, que está resucitado, vive entre nosotros como lo prometió antes de subir al cielo cuando dijo: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». No desaprovechemos su ayuda porque es nuestro hermano mayor, y como dice en el Libro de los Proverbios, «Mi delicia es estar con los hijos de los hombres».
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