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DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

 «QUIEN QUIERA SER EL PRIMERO, QUE SEA EL ÚLTIMO». 

 

CITAS BÍBLICAS: Sab 2, 12.17-20 * St 3, 16—4,3 * Mc 9, 30-37

El evangelio de este domingo trae a nuestra consideración un problema que es inherente a la naturaleza humana dañada por el pecado. Ni los propios discípulos, ni aún los apóstoles, se vieron libres de él. Veamos cómo lo expone el evangelista san Marcos.

Jesús camina con sus discípulos atravesando Galilea procurando pasar desapercibido, porque los va instruyendo acerca de todo lo que le va a ocurrir en Jerusalén. Les dice: «El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará». Ellos no acaban de entender muy bien lo que les dice, y tampoco muestran gran interés en saberlo. Les preocupa otro asunto que consideran de mayor importancia. Desean saber quién de ellos es el más importante. Hemos de tener en cuenta que los discípulos esperaban la restauración material del Reino de Israel, y que creían que aquel que iba a restaurarlo era el Señor Jesús, por eso era importante averiguar qué lugar correspondería a cada uno en ese reino.

El Señor, que ha escuchado su discusión, los llama y les dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Luego llama a un niño, lo abraza y les dice: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».

La actitud de los discípulos es la misma que tiene cualquier persona, también nosotros, por supuesto. Nuestra naturaleza dañada por el pecado exige ser. Necesita llenar el hueco que ha dejado en nosotros la ausencia de Dios. Antes del pecado el corazón del hombre estaba repleto del amor de Dios. No necesitaba en absoluto nada para ser plenamente feliz. No ocurre lo mismo después del pecado. Ya no encontramos nada que pueda satisfacer nuestras ansias de felicidad. De ahí que nuestra vida, a través de lo que nos rodea, familia, dinero, poder, trabajo, sexo, diversión, etc., se haya convertido en una búsqueda continua de felicidad. Deseamos encontrar algo que dé sentido a nuestra vida.

Tú y yo, por gracia de Dios, sabemos que nada de este mundo puede llenar por completo nuestro corazón. Sin embargo, en cuanto nos descuidamos, nos encontramos luchando a brazo partido por conseguir inútilmente llenar de felicidad nuestra vida. Hoy el Señor, en el evangelio, viene en nuestra ayuda y nos da a conocer la clave para lograr ser felices de verdad. Es algo que el mundo rechaza y aborrece: ocupar el último lugar. La verdadera felicidad, viene a decirnos el Señor, no radica en ser servido sino en servir. El hombre es mucho más feliz cuando da de corazón que cuando recibe. Esta solución, sin embargo, repugna a nuestra razón y no está al alcance de nuestra mano. No podemos de ningún modo renunciar, negarnos a nosotros mismos en favor de los demás. Es por esto por lo que necesitamos acercarnos al Señor con humildad, para pedir la fuerza de su Espíritu, a fin de que lo que para nosotros es imposible, sea posible con su ayuda.


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