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DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO?

 

CITAS BÍBLICAS: Is 50, 5-9a * St 2, 14-18 * Mc 8, 27-35

En el evangelio de hoy encontramos a Jesús y sus discípulos que caminan hacia Cesarea de Filipo. Desea adoctrinarles, prepararlos, para hacer frente a los acontecimientos que se aproximan. Quiere que estén al corriente de todo lo que va a sucederle. En primer lugar, para conseguirlo les formula la siguiente pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Lo hace con una doble intencionalidad. En primer lugar, conocer la opinión de la gente sobre su persona, y en segundo lugar, y es lo que a él ciertamente le importa, saber cuál es la opinión de sus discípulos al respecto. Por eso, y después de escuchar las explicaciones que le dan, les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Pedro, antes de que nadie responda y con el carácter impetuoso que le caracteriza, responde enseguida: «Tú eres el Mesías». El Señor Jesús les prohíbe terminantemente decírselo a nadie, y empieza a explicarles lo que le va a suceder en Jerusalén: apresamiento, sufrimientos, condena, muerte y, finalmente, resurrección. En la mente de Pedro, que escucha atentamente, no existe la posibilidad de que todo esto sea cierto. Por eso, llevándoselo aparte empieza a increparlo, pero el Señor Jesús volviéndose y de cara al resto de discípulos le dice enérgicamente: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! Y añade: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará».

Hoy, somos tú y yo los que caminamos junto al Señor Jesús. Es a nosotros a los que pregunta: José, Juan, María, … tú ¿Quién dices que soy yo? Quizá nunca nos hemos hecho seriamente esta pregunta. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Por qué le sigo? Conviene, pues, que nos planteemos esta cuestión. ¿Lo sigo por inercia, porque así me lo han enseñado, o porque he descubierto que él es el Señor, el que me salva y me ayuda cada día? ¿Has pensado alguna vez qué sería de tu vida si de ella desapareciera el Señor? ¿Cambiaría mucho? Creo que vale la pena considerar este asunto seriamente.

La última parte del evangelio es fundamental para la vida de aquellos que queremos seguir al Señor. No podemos vivir equivocados. La vida de los discípulos en este mundo no es un camino de rosas. Por nuestro pecado de origen todos tenemos en la vida una o varias cruces que nos pesan, que nos hacen la vida difícil. Sin embargo, son necesarias, porque, como el Señor dijo a san Pablo, «es en la debilidad donde se manifiesta mi poder». De manera que sin la cruz no hay salvación, y será precisamente en esa cruz en esa debilidad nuestra, donde conoceremos al Señor y su poder. Al revés de lo que piensa el mundo, no está la salvación y la felicidad en defender la vida, sino en no tener inconveniente en perderla, cuando se pierde por el Evangelio.

 

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