DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«YO SOY EL PAN VIVO QUE HA BAJADO DEL CIELO: EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE»
CITAS BÍBLICAS: Prv 9, 1-6 * Ef 5, 15-20 * Jn 6, 51-59
En el evangelio del domingo pasado el Señor Jesús decía a los judíos: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed». Hoy, vemos en el evangelio la reacción de aquellos que le escuchan. Vienen a decir: Pero ¿qué dice? ¿Pero qué se ha creído éste? ¿No es este Jesús, el hijo de José el carpintero? ¿Cómo dice estas cosas? Esta actitud de los habitantes de Cafarnaúm nos recuerda a los habitantes de Nazaret cuando el Señor Jesús les habla en su sinagoga.
Esta actitud de los judíos sólo puede entenderse si tenemos en cuenta que la fe es un don, un regalo del Señor que no está al alcance de todos. Tener fe no depende de la voluntad o del esfuerzo del hombre. La fe es un don que Dios-Padre regala a aquellos que elige para una misión muy concreta: hacer llegar a todos la noticia de la salvación que Dios ha otorgado a los hombres por medio de su Hijo Jesucristo. porque la voluntad de Dios-Padre es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Teniendo esto en cuenta, podemos entender las palabras del Señor: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado». En este sentido hay que entender también la frase del Señor cuando, en otra parte del Evangelio, afirma: «Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos». Muchos son los que escuchan la predicación, pero solo en unos pocos arraiga la semilla que un día dará fruto abundante.
La Buena Noticia es necesario recibirla desde una actitud humilde, desde un corazón sencillo que no desea pasar por la razón todo lo que escucha. Es una actitud totalmente opuesta a la que adoptan los judíos en este pasaje que tiene lugar en la sinagoga de Cafarnaúm. No ha sido suficiente para ellos ser testigos del signo, del milagro realizado por el Señor dando de comer con cinco panes y dos peces a más de cinco mil personas. Se dejan llevar por las apariencias y solo ven en el Señor Jesús al hijo del carpintero. Su orgullo les impide aceptar que aquel que tienen delante es el enviado de Dios para su salvación.
Es necesario estar con humildad a la escucha de lo que dice el Padre. Ciertamente, como dice el Señor, nadie ha visto al Padre, sin embargo, no necesitamos verle físicamente, sino que es suficiente tener los ojos abiertos ante sus obras. Con frecuencia, en nuestra vida, achacamos a la buena o mala fortuna acontecimientos a los que no encontramos explicación lógica. Somos reacios a admitir que el Señor actúa en nuestras vidas; por eso la realidad de la vida eterna está ausente en nuestro día a día. Es la consecuencia de nuestra falta de fe, de nuestra débil fe.
Descubrir esta realidad, esta falta de fe, no debe hacernos caer en desánimo. El Señor conoce nuestra debilidad, nuestra impotencia y aún a veces nuestra apatía. Por eso, al igual que un día alimentó a su pueblo con el maná, hoy, en este evangelio, nos promete alimentarnos con su propio cuerpo. Nos dice: «Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el coma de este pan vivirá para siempre».
Estas palabras del Señor van contra de toda lógica. Es imposible entenderlas desde la razón. Por eso en vez de intentar buscarles una explicación, debemos mirar a aquel que las pronuncia. Él es la Verdad, y todo lo que nos ha anunciado ha hallado cumplimiento. Así es como crece nuestra fe, comprobando como cada una de las palabras del Señor se cumple en nuestra vida.
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