DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO -B-
«EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE HABITA EN MÍ Y YO EN ÉL»
CITAS BÍBLICAS: Prov 9, 1-6 * Ef 5, 15-20 * Jn 6, 51-58
El evangelio de hoy, como el de las semanas anteriores, pertenece al discurso del Pan de Vida en la sinagoga de Cafarnaúm. Hoy el Señor Jesús empieza diciendo: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Como es lógico, estas palabras producen en aquellos que las escuchan el consiguiente escándalo. ¿Cómo es posible, preguntan, que éste nos dé a comer su carne? Sin embargo, el Señor, insiste diciendo: «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
El escándalo de los que llenan la sinagoga es del todo comprensible. Tomadas estas palabras, humanamente, al pie de la letra son del todo inaceptables. Es necesaria la acción del Espíritu Santo para comprenderlas y asumirlas. El amor de Dios-Padre hacia el hombre, hacia ti y hacia mí, manifestado en la persona del Señor Jesús, alcanza niveles totalmente incomprensibles para nosotros. No satisfecho con la locura de amor de hacer que su Hijo se encarnara para entregar su vida por nosotros, que por el pecado habíamos renegado de él, quiere ahora que su carne y su sangre se conviertan para ti y para mí en verdadero alimento.
San Pablo en su primera carta a Timoteo dice: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». Para hacer realidad este deseo, Dios envió al mundo a su Hijo Jesucristo que pasó haciendo el bien, dándonos a conocer el amor del Padre y entregando su vida en rescate por todos. Ahora bien, para que esta salvación alcanzara a todas las generaciones, era necesaria la presencia continuada del Señor Jesús en medio de los hombres. Para conseguirlo deja en medio del mundo a su Iglesia, haciendo de sus discípulos «otros cristos» como dice san Pablo. Esta transformación se lleva a cabo al cumplirse en nosotros, sus discípulos, las palabras que nos dice hoy en el evangelio: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
San Agustín nos explica cómo se lleva a cabo esta transformación. Cuando comemos, los alimentos, mediante la digestión y la absorción de nutrientes hacen que crezcan y se desarrollen los distintos órganos de nuestro cuerpo, proporcionando a la vez la energía necesaria para su funcionamiento. No sucede así cuando nos alimentamos con las Especies Eucarísticas, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Estos alimentos en vez de hacer que se desarrollen nuestras células, poseen la virtud de hacer que seamos nosotros los que paulatinamente nos vayamos transformando en el mismo Cristo, que seamos, como ya hemos dicho, «otros cristos». Considerar este milagro nos ha de hacer vivir con temor y con temblor y con un agradecimiento sin límites, la elección que el Señor ha hecho sobre cada uno de nosotros. Ha de hacer también nacer en nosotros un amor sin límites hacia la Eucaristía, el alimento del cielo que nos regala el Señor.
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