SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR (Solemnidad)
"TOMAD Y COMED, ESTO ES MI CUERPO..."
CITAS BÍBLICAS: Ex 24, 3-8 * Heb 9, 11-15 * Mc 14, 12-16.22-26
San Juan en su evangelio pocas horas antes de la Pasión dice refiriéndose al Señor, «Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo». Esta frase, sin duda, hace referencia a la entrega total del señor Jesús por todos los hombres, al asumir, cumpliendo la voluntad del Padre, la hora de su entrega total por cada uno de nosotros.
Esta frase, sin embargo, se sitúa inmediatamente antes de que el Señor, en la Última Cena, en la Cena de Pascua, dispusiera ocupar con su propio cuerpo el lugar del cordero pascual que presidía la mesa, convirtiéndose de esa manera en el alimento de todos los presentes. Él, como más tarde dirá a sus discípulos, deseaba de este modo permanecer con ellos y con nosotros, hasta la consumación de los siglos.
No contento con alimentarnos con su Palabra, y conociendo de antemano nuestra debilidad y pobreza, transforma su carne para cada uno de nosotros en el alimento espiritual que nos dé fuerza para llevar adelante la misión, que, como miembros de su Iglesia, ha dejado en nuestras manos.
Su carne y su sangre nos acompañarán en nuestro peregrinar hacia la vida eterna, como la roca espiritual que, como dice san Pablo, acompañaba al Pueblo por el desierto, y esa roca era Cristo.
Estar participando con asiduidad de este Alimento, hace que tengamos el peligro de caer en la rutina y no seamos capaces de evaluar la grandeza de este don que el Señor nos da gratuitamente. Somos ciertamente afortunados. Somos la envidia de los propios ángeles. Ellos contemplan de continuo el rostro del Señor, pero no les es dado alimentarse, como nosotros lo hacemos, con su Cuerpo y con su Sangre. No somos conscientes de que cada día que asistimos a la Eucaristía, en el altar tiene lugar un acontecimiento, un milagro, más grande que la propia creación del mundo.
Es el mismo Dios, el que acontece y se hace presente realmente sobre el altar. Viene a nosotros con su cuerpo y con su sangre. Quiere transformar nuestra debilidad en fortaleza. Quiere que sea su propia Sangre la que circule por nuestras venas. Quiere que nuestro cuerpo se vaya transformando paulatinamente en el suyo. Es la manera de que tú y yo, pecadores y poca cosa, lleguemos a ser otros cristos.
¿Qué méritos o qué razones podemos esgrimir para que esto sea así? ¿Quién eres tú o quién soy yo, para que no solo hayamos sido lavados con la sangre del Señor, sino que lleguemos a alimentarnos con su Cuerpo?
Nuestra existencia es un camino hacia la vida eterna, pero el lastre de nuestros pecados hace demasiado pesada la marcha. Con nuestras fuerzas, por más que lo pretendamos, nunca llegaremos a la meta. Nuestra vida por tanto no dejará de ser un fracaso. Por eso el Señor viene en nuestra ayuda como lo hizo con los panes que dio al profeta Elías cuando huía de Ajab. Como a él, también a ti y a mí nos dice: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti».
Bendigamos al Señor. Démosle gracias por el inmenso amor que ha mostrado hacia nosotros en este Sacramento. Participemos asiduamente de este Banquete. Ciertamente, no somos dignos de hacerlo, pero Él, penetrando en nosotros hará digno lo indigno y hará santos a los que somos pecadores.
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