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DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

«NO ESTÁ AQUÍ. HA RESUCITADO»

 

LECTURAS BÍBLICAS: Hch 10, 34a. 37-43 * Col 3, 1-4 * Jn 20, 1-9

«No está aquí. Ha resucitado». Ésta es la gran noticia. En Jerusalén hay una tumba vacía. Allí fue depositado el cuerpo sin vida del Señor Jesús, pero ahora no hay nadie en ella. Esta es la noticia que durante siglos ha esperado el hombre. Por fin, la muerte ha sido vencida.

La Carta a los Hebreos dice que «el hombre, por el temor que tiene a la muerte está de por vida sometido a esclavitud». El ansia que tú y yo tenemos por ser, por permanecer, y la comprobación de que caminamos irremediablemente hacia la muerte, nos producen desazón y al mismo tiempo hacen que queramos defender a toda costa nuestra vida. Estamos incapacitados para darnos totalmente al otro, porque darse, es en cierto modo morir a uno mismo.

Esta situación, para nosotros irreversible, tiene como origen al pecado. Hemos pecado, hemos rechazado a la fuente de la vida, hemos dicho a Dios que no, y nos encontramos esclavos de la muerte. Una esclavitud de la que nadie en el mundo puede librarnos. Nuestro pecado ha hecho que no tengamos salvación posible. Al utilizar mal nuestra libertad le hemos vuelto la espalda a Dios. Hemos querido buscar la felicidad, dejando a Dios al margen y hemos caído en las garras de la muerte. Necesitamos con urgencia que alguien derrotando a la muerte nos libere de su esclavitud.

Dios, viendo nuestra incapacidad para amar y nuestra impotencia para romper los lazos de la muerte, no dudó en enviar a su Hijo al mundo, para que absorbiendo el veneno del pecado y entrando en la muerte, nos devolviera la vida con su resurrección.

  Hoy, los ángeles, como hicieron con las mujeres en la madrugada del domingo, nos dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado». Ha resucitado para que tú y yo tengamos vida. La resurrección de Cristo es a la vez nuestra resurrección. Nosotros unidos a Cristo somos seres resucitados. De ahí, la importancia para nuestra vida de la resurrección del Señor. Hoy, gracias a ella podemos decir con san Pablo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!».

Quizá preguntes ¿cómo sabré que también en mí la muerte ha sido vencida? Es muy sencillo. Mira, cada vez que puedas amar sin pedir nada a cambio, cada vez que seas capaz de perdonar de corazón sin exigir nada al otro, y lo hagas sin tener que esforzarte; cada vez que las humillaciones a las que te someten los otros no te hagan caer en tristeza, experimentarás que la fuerza que te hace actuar así, no se debe a tu esfuerzo, no se trata de un acto de tu voluntad, sino que se te da gratuitamente. Es, sin duda, la fuerza del Resucitado, su Espíritu que habita en ti, la que te mueve a actuar de ese modo.

Finalmente, hemos de tener en cuenta que el Señor no tenía ninguna necesidad de entrar en la muerte. Si lo ha hecho ha sido porque nos ama con ternura, y es su deseo que tú y yo, también podamos experimentar lo que es la vida de verdad, la vida auténtica, aquella que está libre de las ataduras de la muerte.

 


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