DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR -B-
«BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR»
CITAS BÍBLICAS: Is 50, 4-7 * Flp 2, 6-11 * Mc 14, 1 — 15, 47
Dentro de la liturgia de la Iglesia, damos comienzo con este domingo a la Semana Mayor o, como la denominamos con más frecuencia, Semana Santa.
La importancia de esta semana viene dada porque durante la misma, haremos presente el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Estos acontecimientos se sitúan en las mismas raíces de nuestra Fe. Si no hubieran acontecido en el tiempo, hoy, el cristianismo no existiría. Cristo ha venido al mundo a asumir una hora. Ha venido a entrar en la muerte para poder destruirla y librarnos así de nuestra esclavitud al pecado. Esa es su Pascua, su paso. Para llevarla a cabo tuvo que encarnarse y asumir nuestra condición humana con todo lo que ello conlleva. Hacerse totalmente igual a nosotros, excepto en el pecado, y por tanto estar como nosotros sujeto a la muerte.
Hoy acompañaremos a Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén. Hoy, también nosotros, unidos a los habitantes de Jerusalén, gritaremos: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!». Pero este entusiasmo será pasajero. Los hombres somos volubles. Hoy encumbramos, para mañana volver la espalda y hundir al que aclamábamos como ídolo. Eso mismo hará el pueblo de Jerusalén y hacemos nosotros cada día.
San Pablo en el fragmento de su carta a los Filipenses nos hace presente hasta qué punto el Señor se entrega por completo por nosotros. Fue un anonadamiento total. Se despojó de su rango de Dios hasta llegar a convertirse, por amor hacia nosotros, en un esclavo. Este descendimiento y humillación total fue el camino para que Dios-Padre lo levantara, sobre todo, dándole el "Nombre-sobre-todo-nombre", haciéndolo Señor de Cielo, Tierra y Abismo.
También nosotros, como el Señor Jesús, estamos llamados a negarnos a nosotros mismos en favor de aquellos que nos rodean, si queremos que al final, Dios-Padre nos encumbre. No olvidemos que los honores y reconocimientos humanos, son volubles, son pasajeros. Dios, dice la Escritura, «se complace en el humilde y mira de lejos al soberbio». Cierto que, humillarnos ante el otro no es nada fácil. Nuestro hombre viejo se revuelve con sólo pensarlo. Necesitamos la acción del Espíritu Santo. Los acontecimientos que nos disponemos a vivir en la semana que ahora empezamos, nos ayudarán no sólo a acompañar al Señor en su Pasión y Muerte, sino a disfrutar con él de la resurrección, una vez vencido nuestro hombre de la carne.
Pidamos a la Virgen, testigo cualificado de esta epopeya, que nos permita acompañarla no sólo como meros espectadores, sino con el convencimiento de que estos acontecimientos encierran para cada uno de nosotros, la mejor prueba de amor de un Dios que no ha dudado en entregar a la muerte a su propio Hijo, para que tú y yo, nos viéramos libres de la esclavitud del pecado y de la muerte.
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