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DOMINGO I DE ADVIENTO -B-

DOMINGO I DE ADVIENTO -B-

«A VOSOTROS LO DIGO: ¡VELAD! »

 

CITAS BÍBLICAS: Is 63, 16c-17. 19c; 64, 2b-7 * 1 Cor 1, 3-9 * Mc 13, 33-37

En nuestra vida hay dos acontecimientos que no se pueden discutir. En primer lugar, la certeza de que tarde o temprano moriremos. En segundo lugar, la incertidumbre del cuándo, cómo y dónde, va a ocurrir ese acontecimiento. Es una necedad intentar vivir la vida ignorándolos porque, lo queramos o no, tendremos que asumirlos.

Existen dos posturas a la hora de afrontar esta realidad. Para aquellos que no creen en la vida eterna, no hay más remedio que asumir que la existencia del hombre en este mundo es un puro fracaso. Venimos de la nada y a la nada retornamos. No pensamos así los creyentes. Sabemos que tenemos nuestro origen en Dios, y que nuestra existencia culminará cuando definitivamente estemos unidos a él por toda la eternidad.

El Señor Jesús, en el evangelio de hoy, nos muestra cuál ha de ser nuestra actitud ante nuestro encuentro definitivo con él. Hoy nos dice: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento». «Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche o al canto del gallo… no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos».

Es muy fácil que tú y yo vivamos nuestra vida terrena como si fuera definitiva. Es fácil que hayamos montado nuestra tienda poniendo demasiado empeño en las cosas del mundo, dejando de lado que nuestra existencia en esta tierra es pasajera. Eso es estar dormidos. San Pablo en su primera carta a los corintios nos advierte que «la representación de este mundo se termina». Es necesario, pues, estar vigilantes, estar prestos a responder de inmediato a la llamada del Señor.

Con este evangelio la Iglesia abre ante nosotros el tiempo del Adviento, tiempo de espera a la venida del Señor. Si los creyentes hemos de estar siempre dispuestos a la llamada del Señor, lo hemos de estar de un modo especial durante el Adviento. El Señor viene, y viene para salvar.

Con frecuencia, y debido a la formación religiosa que hemos recibido, en vez de ver en Dios al Padre amoroso, comprensivo, que nos ama a pesar de nuestros fallos y pecados, vemos en él, como decía el Catecismo, a un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos. Un Dios que, ciertamente perdona, pero que exige para salvarnos el cumplimiento de la ley. Consecuencia de esto es que en vez de amar a Dios como a nuestro padre, lo que surge en nosotros es el temor.

Es necesario tener la certeza de que cuando Dios aparece en nuestra vida, nunca lo hace para castigar, siempre lo hace para salvar. De ahí, que este tiempo de Adviento que iniciamos, tenga que ser un tiempo de gozosa espera. Un tiempo, como hoy nos dice el Señor, de vigilia y de espera ilusionada. El Señor viene. Estemos atentos y procuremos que no nos encuentre dormidos o enfollonados en los problemas del mundo.  


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