DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-
¡ CRISTO VENCE, CRISTO REINA, CRISTO IMPERA !
CITAS BÍBLICAS: Ez 34, 11-12. 15-17 * 1 Cor 15, 20-26. 28 * Mt 25, 31-46
Con este domingo damos fin al año litúrgico. La Iglesia no podía hacer otra cosa que mostrarnos en este día la figura de Cristo Rey del Universo. San Pablo, en su primera carta a los Corintios, nos dice hoy: «Cristo tiene que reinar hasta que Dios “haga de sus enemigos estrado de sus pies”. El último enemigo aniquilado será la muerte»
El Señor Jesús, siendo Dios, se humilló hasta el extremo. Tomó condición de esclavo y se sometió a la voluntad del Padre, hasta el punto de entregar su vida en una muerte ignominiosa. Por eso, dice san Pablo en su carta a los Filipenses, «Dios-Padre lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre. De manera que, al Nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra, y toda lengua proclame que Jesús es Señor para gloria de Dios-Padre». La palabra Nombre, es empleada aquí, en la Escritura, con el significado de poder. Quiere decir, por eso, que el Señor Jesús ha recibido del Padre el dominio y el poder sobre todo lo creado.
¿Qué consecuencia tiene para nuestra vida este poder otorgado por el Padre al Señor Jesús? Hemos dicho en muchas ocasiones que nosotros estamos, a causa del pecado, incapacitados para obrar el bien. hacemos nuestras las palabras de san Pablo en su carta a los Romanos: «Mi proceder no lo comprendo: querer el bien lo tengo a mi alcance, más no el realizarlo». Así, pues, nos encontramos impotentes, queremos, pero no podemos.
No podemos, porque para nosotros, por ejemplo, es imposible perdonar de corazón, porque perdonar significa renunciar a lo que consideramos nuestros derechos, y eso sobrepasa nuestras fuerzas. Perdonar al enemigo, como nos pide el Señor, es hacer que el otro se salga con la suya, y eso es intolerable. Es necesario, decimos, hacer justicia.
También somos impotentes para liberarnos de las esclavitudes que nos oprimen. A unos nos domina el sexo, y aunque muchas veces no queremos, caemos una y otra vez en él. A otros la ambición nos ciega y somos capaces de vender nuestra alma con tal de ser y aparentar. A otros es nuestro carácter el que nos lleva de calle. No podemos controlarnos, saltamos a la más mínima y luego nos arrepentimos de ser tan bruscos.
Nos vemos también impotentes de reaccionar ante acontecimientos adversos. Problemas económicos, enfermedades y sufrimientos, desavenencias familiares…la muerte. Todo esto nos hace caer en angustia y hasta desesperación, porque comprobamos que la solución no está a nuestro alcance.
Pues bien, hay uno que hoy te dice: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados». Venid a mí los impotentes, los esclavos de vuestros vicios, los atribulados. Yo he sido constituido por el Padre, Señor de todo lo que te oprime y te hace infeliz. Nada escapa a mi poder. Conozco todo lo que te hace sufrir. Para mí no hay nada imposible. Invoca mi Nombre, mi poder. Soy el Rey del universo. He entrado en la muerte por ti y la he vencido, para que no tengas que sufrirla tú. Te ofrezco esa victoria. Estoy muy cerca de ti. Camino a tu lado. ¡Llámame! ¡Invócame! Y yo te ayudaré, porque lo que más me complace es verte feliz.
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