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DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

«ERES UN EMPLEADO FIEL. PASA AL BANQUETE DE TU SEÑOR»

 

CITAS BÍBLICAS: Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31 * 1 Tes 5, 1-6 * Mt 25, 14-30 

El Señor Jesús recurre en muchas ocasiones a las parábolas, con el fin de hacer más comprensible su doctrina a aquellos que le escuchan.

Aunque todas las parábolas pueden aplicarse a nuestra vida, unas van dirigidas de un modo especial a algunos oyentes determinados. Nos referimos a aquellas que el Señor dirige a escribas y fariseos, o de un modo general al Pueblo de Israel. Otras, sin embargo, encuentran aplicación en la vida de cualquier persona que las escuche.

La que en este domingo XXXIII nos ofrece el evangelio, va dirigida de un modo especial a todos aquellos que el Señor llama a trabajar en su Iglesia. Somos nosotros los tres empleados que un hombre rico elige antes de partir a un largo viaje, haciéndoles entrega de una cantidad de dinero, con objeto de que con su trabajo la incrementen.

La parábola nos dice que dos de ellos se pusieron enseguida a trabajar con objeto de hacer crecer el capital recibido, mientras que el tercero, por miedo a exponerse y perder el dinero, lo esconde y no lo hace producir.

Al regreso de su señor, y cuando éste les pide cuenta de su trabajo, los dos primeros reciben alabanzas por la labor realizada, mientras que al tercero le recrimina su pasividad diciéndole: «Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses… Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez…»

Esta parábola, al final del año litúrgico nos hace presente nuestra propia vida. Nosotros encarnamos la figura de los tres sirvientes. Me atrevería a decir que va dirigida especialmente a los que vivimos nuestra vida de fe en la Iglesia y nos consideramos, por tanto, discípulos de Jesucristo. Él nos ha dado abundantes gracias en orden a la misión que ha puesto en nuestras manos. El Señor no nos ha llamado a su Iglesia para que nos salvemos. No es condición indispensable para alcanzar la salvación vivir dentro de la Iglesia. De ser así, serían muchos más los que se condenarían que los que lograrían salvarse. Nosotros estamos en la Iglesia para una misión. Para ser la luz que alumbre las tinieblas de los hombres que viven lejos de Dios. Así mismo, estamos llamados a ser la sal que dé sentido a la vida de los que no conocen a Dios ni a su Hijo Jesucristo. Finalmente, el Señor nos ha elegido para que seamos la levadura que haga fermentar la masa de una sociedad que vive a espaldas de Dios.

Para llevar a cabo esta misión, hemos recibido dones que el Señor no ha dado a los demás. Y aquí viene el paralelismo de nuestra vida con la parábola de hoy. Las gracias que tú y yo hemos recibido, son unos dones que no tienen como finalidad nuestro propio disfrute. Son dones que hemos recibido para hacerlos producir en beneficio de aquellos que, o no conocen a Dios, o lo han apartado de su vida. Tú y yo, discípulos de Cristo, tenemos la misión de gastar nuestras vidas anunciando a los demás el amor, la misericordia y el perdón de un Padre que no rechaza nada de lo que ha creado. Él, cuando creó a cada hombre lo hizo para que fuera eternamente feliz, pero, como lo hizo libre, el hombre pudo volverle la espalda y apartarse de Él. Es necesario, por tanto, que tú y yo con nuestra vida le anunciemos el amor de un Padre que no toma en cuenta esos desvaríos y que ha llegado al extremo de entregar a la muerte a su Hijo, para evitar que él muera.

 

 

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