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DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

«ESTAD EN VELA Y PREPARADOS, VIENE EL HIJO DEL HOMBRE»

 

CITAS BÍBLICAS: Sb 6, 12-16 *1Tes 4, 13-18 * Mt 25, 1-13 

Estamos acercándonos al final de año litúrgico. Durante todo el año, a través de la liturgia, la Iglesia ha ido haciendo un repaso de la historia de salvación aplicada a nuestra vida. Esta historia terminará con la manifestación o segunda venida del Señor Jesús al final de los tiempos.

Con la parábola de las Vírgenes necias y prudentes, el Señor nos ayuda a mantenernos vigilantes ante su próxima venida. Hoy, como en otras ocasiones, nos habla de unas bodas. Conviene, antes de continuar, recordar cómo se celebraban las bodas en el pueblo de Israel.

La relación entre un chico y una chica empezaba después de un acuerdo previo entre las dos familias. Cuando llegaba el día de la boda, las dos familias se reunían en la casa del novio ultimando los tratos sobre la dote que correspondía a ambos contrayentes. Cada familia exponía a la otra, los bienes, casas, tierras o dinero, que aportaba para el nuevo matrimonio. Al terminar, el novio, acompañado por sus amigos, marchaba a la casa de la novia. Allí lo esperaban ella y las doncellas, sus amigas, que habían sido invitadas a la fiesta. Todos juntos entre cantos y danzas partían hacia el que iba a ser el nuevo hogar de los esposos, alumbrando la noche con antorchas que portaban las amigas de la novia.

En la parábola que nos narra el Señor, los tratos se alargaron hasta altas horas de la noche. Por este motivo, al tardar tanto el esposo, todas las doncellas se durmieron. A media noche, se oyó gritar una voz: «¡Qué llega el esposo, salid a recibirlo!». Las doncellas se apresuraron a preparar sus lámparas. Unas habían provisto el aceite necesario mientras que las otras no, por lo que tuvieron que salir a comprarlo. La comitiva se puso en marcha y al llegar entró en la casa, cerrando después las puertas. Las doncellas que no fueron previsoras, no pudieron entrar y, por tanto, no pudieron participar en la boda.

¿Qué enseñanza pretende darnos el Señor con esta parábola? Nosotros también estamos invitados a unas bodas. Son las que el Señor nos prepara en el cielo. Nuestra salvación depende de que nos mantengamos alerta para recibir al Esposo. Al hablar de salvación, no sólo nos referimos a la del último día. Nos referimos a todas las veces que el Señor Jesús aparece en nuestra vida, haciéndolo siempre para salvar. Son muchas más de las que nosotros podamos pensar. A través de un pobre que nos alarga la mano. A través del sufrimiento de un amigo o conocido que ha padecido un revés o que se encuentra enfermo, etc. También se hace presente en los acontecimientos alegres, no sólo en los tristes.

 Permite que te pregunte, ¿has tenido en estas ocasiones los ojos abiertos para poder decir, aquí está el Señor, o, te has dormido, como las doncellas, distraído en tus cosas y en tus negocios? Por eso es necesario mantenernos alerta, porque cuando menos lo esperemos, también para nosotros se escuchará esta voz: «Llega el esposo, salid a recibirlo». ¿Qué ocurrirá entonces? Pueden ocurrir dos cosas: si nuestras alcuzas están llenas de aceite, signo del Espíritu Santo, podremos entrar con el Esposo en la sala del banquete. Si por el contrario esta llamada nos encuentra inmersos en las preocupaciones del mundo: dinero, familia, trabajo, salud, diversiones, etc., faltos de aceite, con mucho espíritu mundano, pero carentes de Espíritu Santo, es posible que nos veamos imposibilitados a entrar en el banquete.

Hoy, el Señor, nos invita a mantenernos vigilantes para no escuchar de sus labios las terribles palabras: «Os lo aseguro: No os conozco»

 

 

 

 

 


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