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SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

«RECIBID EL ESPÍRITU SANTO»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 2, 1-11 * 1Cor 12, 3b-7.12-13 * Jn 20, 19-23

Celebramos en este domingo el cumplimiento de la promesa del Señor Jesús que, momentos antes de ascender al cielo, había dicho a sus discípulos: «Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto».

El Señor, en varias ocasiones, anunció a los suyos el envío del Espíritu Santo con la misión de abrirles las mentes para que entendieran su doctrina. En la noche de la Última Cena les dijo: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa».

Esta promesa del Padre halla cumplimiento el día de Pentecostés, cincuenta días después de la resurrección del Señor. San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, narra como sucedió. Los discípulos se hallan reunidos en el Cenáculo con las puertas y ventanas cerradas. Tienen miedo a los judíos. De repente, un viento recio recorre toda la estancia, mientras aparece sobre cada uno de ellos una llama de fuego. Todos quedan llenos del Espíritu Santo, que les libra de sus miedos y hace que salgan a la calle dispuestos a dar testimonio del Señor Jesús.

Es posible que no lleguemos a ser conscientes de la importancia que este acontecimiento tiene para la vida de la Iglesia, y para la vida de cada uno de nosotros como miembros de ella. La misión del Señor Jesús quedó completada con su Ascensión al Cielo. Desde ese momento es la persona del Espíritu Santo quien tomará el relevo, siendo su presencia continua, de manera que nada sucederá en la Iglesia si no es a impulsos del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo será de ahora en adelante, el motor que moverá la evangelización, el que inyectará a la Palabra de Dios su fuerza transformadora, el que dispondrá nuestro corazón a escuchar la predicación, el que aplicará la acción santificadora en cada uno de los sacramentos, el que nos moverá a obrar el bien, etc. Todo esto y mucho más, dependerá de la presencia del Espíritu Santo. Él es, como dice san Pablo, el que en cada uno de nosotros lleva a término el querer y el obrar.

Para la Iglesia, Pentecostés significa además llegar a la madurez. La Iglesia fue fundada por el Señor Jesús, pero fue la presencia del Espíritu Santo la que, utilizando una expresión corriente, diríamos, le hizo alcanzar la edad adulta. Significa esto que, con anterioridad, ningún fruto llegó a dar hasta que estuvo presente en ella el Espíritu Santo.

En nuestra vida corriente, y más en nuestra vida de fe, la acción del Espíritu Santo es fundamental. Por Él, por el discernimiento que nos otorga, podemos conocer cuál es en cada momento de nuestra vida la voluntad de Dios para con nosotros. Él es para ti y para mí, fortaleza en nuestra debilidad y consuelo en nuestras luchas. Él nos defiende del enemigo y nos hace experimentar el amor que Dios nos tiene. Él es, finalmente, el que desde nuestro interior nos testifica que somos hijos de Dios.

En la vida de la Iglesia, sin embargo, no ha ocupado plenamente el lugar que le correspondía. La gigantesca figura del Señor Jesús ha eclipsado la del Espíritu Santo, a pesar de que incluso la concepción virginal del Señor en el seno de María, ha sido obra suya. Por nuestra parte, acudamos a Él en nuestras luchas y sufrimientos y también en nuestras alegrías. Que Él esté siempre presente en nuestras vidas.


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