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DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR -C-

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR -C-

«NO ESTÁ AQUÍ. HA RESUCITADO»

 

CITAS BÍBLICAS:  Hch 10, 34a.37-43 * Col 3, 1-4 * Jn 20, 1-9

El problema más grande que se le ha presentado al hombre desde el principio de los tiempos es la muerte. Se trata de un problema ante el cual no encuentra solución alguna, y que además, genera en él una enorme insatisfacción. La razón de esta insatisfacción hay que buscarla en el hecho de que, en el plan de Dios para el hombre, no aparecía la muerte. Dios, desde el principio, creó al hombre para la vida. Fue el mal uso que hizo el hombre de su libertad, la causa de que se hiciera presente en su vida la muerte.

Dios, que amaba a su criatura en extremo, no podía consentir que estuviera sometida a la tiranía de la muerte y del pecado. Por eso, ya que era el único que poseía poder para vencerla arrancando al hombre de sus redes, diseñó un plan de salvación. Dispuso que su Hijo, Dios como él, se revistiera de la naturaleza humana, sometida como la de cualquier otro hombre a la muerte. Dice san Pablo que se humilló y no retuvo ávidamente su condición divina. Quiso, no sólo parecerse a cualquier otro hombre, sino ser uno de tantos entre los hombres. Sólo en un aspecto fue distinto a los demás, nunca en su vida conoció el pecado.

¿Cuál fue la misión principal del Hijo de Dios hecho hombre? En primer lugar, dar conocimiento a la criatura del amor de un Dios, que no toma en cuenta tus pecados y los míos, y que no exige ningún cambio de actitud para seguir amándonos. Dios derrama sobre el hombre su amor, sin ponerle condiciones previas. En segundo lugar, cargar sobre sus hombros todos nuestros pecados que son el origen de nuestra muerte. El pecado es un veneno que mata, que destruye al que lo comete. El Señor Jesús sabía que cargar sobre sus hombros todos nuestros pecados le llevaría indefectiblemente a la muerte. Pero no se hizo atrás, y entregó su vida por tu vida y por la mía. La muerte destruyó la naturaleza humana del Señor Jesús, pero en aquel cuerpo exánime que pendía de la Cruz se hallaba oculta la vida.

Por eso, en este domingo celebramos cómo esa vida escondida en el cuerpo del Señor Jesús, le hizo romper las ataduras de la muerte, resucitando y volviendo a la vida. Celebramos, pues, que la muerte ha sido vencida, no sólo en la persona del Señor Jesús, sino en la tuya y en la mía. Por su resurrección, también tú y yo participamos de una nueva vida. Quedamos exentos de pagar nuestro tributo a la muerte. Seguimos siendo objeto del amor de Dios que nos ama en la persona del Señor Jesús, muerto y resucitado para nuestra salvación.

¿Qué más podemos pedir? Sin ningún mérito de nuestra parte, el mismo Espíritu que resucitó a Jesús, nos devuelve la vida que perdimos por el pecado, haciendo en nosotros una nueva creación. Somos criaturas nuevas, hermanos del Señor Jesús y, por tanto, hijos de nuestro Padre Dios.

De nuestro corazón ha de brotar una alabanza agradecida hacia el Señor porque, a ti y a mí, pecadores, infieles, que nada merecemos, nos hace objeto de su amor. Un amor que no conoce límites y que, por otro lado, derrama sobre nosotros sin ninguna exigencia por su parte.


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