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DOMINGO II DE PASCUA -C-

DOMINGO II DE PASCUA -C-

«DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN VER»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 5, 12-16 * Ap 1, 9-11a.12-13.17-19 * Jn 20, 19-31

Con este domingo damos fin a la Octava de Pascua. La Palabra de hoy nos muestra a los discípulos en una casa con las puertas y ventanas cerradas por miedo a los judíos. Es la tarde del primer día de la semana, o sea del domingo de la Resurrección del Señor.

De momento, el Señor se hace presente en medio de ellos saludándoles con la frase «Paz a vosotros», mientras les muestra sus manos con la herida de los clavos, y su costado con la herida de la lanza. Ellos le miran asombrados llenos de alegría. El Señor Jesús repite: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y a continuación, exhala su aliento sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos».

Una vez más es de notar la comprensión y la misericordia del Señor, hacia aquellos que, unos días atrás, en los momentos más duros de su vida, le han abandonado o, como Pedro, han sido capaces de negarlo. Está claro que el Señor, que nos conoce mucho mejor que nosotros nos conocemos, nunca toma en cuenta nuestras debilidades y pecados, sino que la magnitud de su amor cubre por completo todas nuestras infidelidades y miserias. Como dice el salmo, su misericordia llena la tierra.

La misericordia del Señor va mucho más allá. No sólo no toma en cuenta la cobardía de sus discípulos, sino que les hace partícipes del don de perdonar los pecados, que es potestativo de Dios.

El Señor ha venido al mundo para destruir el pecado que nos hace infelices, y que nos lleva a la muerte. Precisamente por esto, hace partícipes a sus discípulos del poder que únicamente Él tiene. De esta forma, la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, hace efectivo en la vida del hombre, en la tuya y en la mía, el perdón de los pecados que Cristo nos ganó con su Sangre.

Dice el evangelio que Tomás, uno de los Doce, no estaba presente cuando se apareció el Señor. Por más que los demás le aseguran haberlo visto, él no cree. Para creer pone como condición ver las señales de los clavos y meter la mano en el costado del Señor. ¡Cuántas veces hemos hecho nosotros lo mismo, no aceptando el testimonio de los demás!

Ocho días después se repite la escena anterior. En esta ocasión si que está Tomás. El Señor después de saludarles con las palabras «Paz a vosotros», se dirige a Tomás y le dice: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Tomás, asombrado le dice: «¡Señor mío y Dios mío!». El Señor le contesta: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Estas últimas palabras del Señor han de llenarnos de gozo. Tú y yo, somos de los que no hemos visto al Señor en persona, sin embargo, creemos en Él. Creemos en su Palabra. Sabemos por experiencia que, a pesar de no verlo físicamente, el está a nuestro lado, que, como les ocurrió a los Discípulos de Emaús, camina junto a nosotros.

Esa certeza ha de hacer que afrontemos con paz interior los acontecimientos de la vida, buenos y malos, sabiendo que Él está vivo y resucitado, que está a nuestro lado siempre dispuesto a ayudarnos.


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