DOMINGO II DE CUARESMA -C-
«ESTE ES MI HIJO, EL ESCOGIDO, ESCUCHADLE»
CITAS BÍBLICAS: Gén 5-12.17-18 * Flp 3,17—4,1 * Lc 9, 28b-36
El evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos ha de llenar de gozo, por cuanto nos hace presente cuál es el destino que ha reservado para cada uno de nosotros nuestro Padre Dios.
Con frecuencia, las preocupaciones y los problemas a resolver que se nos presentan cada día, nos hacen vivir excesivamente centrados en las cosas de este mundo, relegando a un segundo término la razón última de nuestra existencia. Vivimos como si nuestra estancia en esta tierra fuera definitiva, olvidando que hemos sido creados para una vida eterna y feliz en el cielo, que es nuestra verdadera patria.
Hoy, el Señor Jesús en el evangelio, desea mostrar a sus discípulos, a Pedro, a Santiago y Juan, lo que se esconde debajo de su naturaleza humana. Es conveniente hacerlo porque se acercan acontecimientos que pueden hacer tambalear la fe de estos discípulos en su persona. Por eso, se los lleva a un monte alto y a su vista se transforma radicalmente. San Lucas nos dice que su rostro cambia y que sus vestidos brillan de blancos. Aparecen junto a Él Moisés y Elías, que hablan de la muerte que va a consumar en Jerusalén. Pedro, sin saber demasiado bien lo que dice, exclama: «Maestro, qué hermoso es estar aquí».
Dice el evangelio que, aún está hablando, cuando una nube los envuelve y que, asustados, escuchan una voz que dice: «Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle». Momentos después, todo vuelve a la normalidad y se encuentran los cuatro solos en la cumbre del monte.
Hemos dicho al principio que este acontecimiento de la Transfiguración del Señor, ha de ser para nosotros motivo de gozo, porque de la misma manera que los discípulos ven transfigurada la figura del Maestro, así también, esta carne mortal que forma nuestro cuerpo, se verá transfigurada en la vida eterna y definitiva para la que hemos sido creados. Ahora, aunque somos ciudadanos del cielo, vivimos lejos de nuestra patria celestial. Somos extranjeros en este mundo en el que sólo estamos de paso.
Hemos de alegrarnos también porque las palabras del Padre, «Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle», iban dirigidas en aquel momento al Señor Jesús, pero hoy, el Padre las ha repetido dirigiéndose a nosotros que somos sus hijos, y que tenemos la misión de que, como otros cristos, continuemos la obra evangelizadora que inició el Señor Jesús. Hoy ha sido a ti y a mí, a los que el Padre ha llamado hijos suyos escogidos. Desde luego, no ha mirado nuestros merecimientos que son nulos, sino que ha sido por los méritos del Señor Jesús, que ha recuperado para nosotros en la Cruz la filiación divina.
¿Qué más podemos pedir? Tú y yo, pecadores empedernidos, pero lavados con la Sangre del Cordero, escuchamos de la boca del Padre esas palabras en las que él muestra su complacencia hacia nosotros. Sólo podemos responder pidiendo el auxilio del Espíritu Santo, para que nos conceda ser dóciles a la voluntad del Padre, estando dispuestos a llevar adelante la misión que él ha dejado en nuestras manos.
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