DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
«CADA ÁRBOL SE CONOCE POR SU FRUTO»
CITAS BÍBLICAS: Eclo 27, 4-7 * 1Cor 15, 54-58 * Lc 6, 39-45
El evangelio de hoy pertenece, como el de las semanas anteriores, al Sermón del Llano de san Lucas.
El Señor Jesús, mediante este discurso nos está mostrando una nueva forma de vivir, diametralmente opuesta a lo que cada día nos muestra el mundo. Por ejemplo, el mundo considera que perdonar, disculpar, etc., son muestras de debilidad. Para él lo importante es hacer justicia caiga quien caiga. Según el mundo, el que obra mal ha de cargar con su culpa. Lo correcto, por ejemplo, es que un padre, ante el abuso perpetrado a su hija, exija que el culpable vaya a la cárcel. Según el mundo, perdonar, impide que al culpable se le aplique la corrección que merece.
Nuestro espíritu, más que un espíritu justo, es un espíritu justiciero totalmente contrario a lo que hoy nos dice el Señor: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?». Somos muy dados a juzgar al otro pasando por alto nuestros propios defectos y pecados. Si el Señor actuara así con nosotros no tendríamos salvación posible. Por eso, a ti y a mí, que nos llamamos discípulos del Señor, nos conviene tener siempre presente nuestras debilidades y miserias, en primer lugar, para pedir perdón al Señor por ellas, y, en segundo lugar, para que viendo nuestra realidad, que no es mejor que la del otro, podamos evitar caer en el pecado del juicio.
Antes de juzgar y condenar, vale la pena echar una mirada al Señor Jesús en la Cruz. ¿Tienes en cuenta que no sólo está clavado por tus pecados y los míos, sino que lo está también por los pecados de aquel que te ha ofendido, te ha menospreciado o te ha infligido un daño físico? La salvación también alcanza a aquel que ha obrado así. No tienes ningún derecho a erigirte en su juez. El Señor, que te ha perdonado, también lo ha perdonado a Él.
Más adelante el Señor dice: «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano». Nosotros, por el pecado de origen, deberíamos ser todos árboles dañados, pero, por la misericordia de Dios, a través de nuestro Bautismo, hemos sido injertados en el árbol de la Cruz que no puede dar frutos malos. Sin embargo, no debemos caer en la tentación de pensar que damos frutos buenos porque somos mejores que los demás. El único mérito que tenemos tú y yo es que, bajo la acción del Espíritu Santo, no nos hemos resistido a la gracia y hemos dejado al Señor obrar en nuestras vidas.
Una forma que tenemos para agradecer tantos dones, es hacer lo que dice el Señor al final del evangelio: «De lo que rebosa el corazón, habla la boca». Seamos, pues, testigos delante de los demás de las obras que el Señor realiza en nosotros, porque si actúa así, lo hace para que demos a conocer a los demás su amor y su misericordia. Eso es evangelizar.
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