DOMINGO IV DE ADVIENTO -C-
«¡DICHOSA TÚ QUE HAS CREÍDO!, PORQUE LO QUE HA DICHO EL SEÑOR SE CUMPLIRÁ»
CITAS BÍBLICAS: Mi 5, 1-4a * Hb 10, 5-10 * Lc 1, 39-45
Entramos en la última semana del Adviento. Nos acercamos a la Navidad. La liturgia en estos días pone el acento en el inminente nacimiento del Señor Jesús en Belén.
El fragmento del evangelio de san Lucas que hoy no ofrece la Iglesia, es ciertamente entrañable. María, que ha recibido la visita del ángel anunciándole que ha sido elegida por Dios para ser madre del Mesías, ha conocido al mismo tiempo la noticia del embarazo de su pariente Isabel. Movida, sin duda, por la fuerza del Espíritu Santo, se pone presurosa en camino para compartir con ella estas buenas nuevas.
Al llegar a la casa de Zacarías y saludar a Isabel, ésta, llena del Espíritu Santo exclama a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!». «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». En esta escena se da un doble encuentro. Por un lado, se encuentran María e Isabel, y por otro, y este encuentro es mucho más importante, se encuentran Jesús y Juan, el Mesías y su Precursor. Isabel ha experimentado la presencia del Señor, porque, como ella misma afirma, en cuanto ha oído la voz de María, «la criatura saltó de alegría en mi vientre». Y añade: «¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Es importante señalar que en la vida del cristiano este pasaje halla pleno cumplimiento. Somos testigos de que la Palabra de Dios proclamada en la asamblea litúrgica, en ocasiones, ha realizado en nuestro interior, en nuestro corazón, el mismo efecto que ha producido en Isabel el saludo de María. Esa nueva criatura, ese hombre nuevo que se empezó agestar en nuestro Bautismo, y que crece a impulsos de la Palabra, también se ha estremecido en nuestro interior al escuchar la Palabra de Dios. Ha sido para nosotros una Buena Noticia. Nos ha hablado quizá, del amor de Dios, del perdón de nuestros pecados o de la misericordia de Dios, y nuestro corazón ha entrado en sintonía con esa noticia y se ha ensanchado. Por esto, precisamente, es importantísimo tener el oído abierto, atender, cuando se proclama la Palabra de Dios.
La decisión de María al ponerse en camino inmediatamente después del anuncio del Ángel, tiene para nosotros una doble lectura. Por una parte, vemos en ella a la primera evangelizadora. Llena de Espíritu Santo, no puede hacer otra cosa que llevar a los demás, en este caso a su pariente, la Buena Noticia de la salvación. Es el Mesías, el Salvador, el que viene a visitarnos, el que ha empezado a engendrarse en su seno. Por otra parte, vemos en María el espíritu de servicio. No le importa dejar su casa y a los suyos durante una larga temporada. Marcha junto a su prima y estará con ella sirviéndola y ayudándola, todo el tiempo que falta, seis meses, hasta el nacimiento de Juan.
Hay algo que no debemos pasar por alto en este evangelio. Se trata de las palabras de Isabel: «¡Dichosa tú, que has creído! porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María ha creído desde el primer momento las palabras del ángel. No ha dudado. La única pregunta que ha hecho, y muy lógica es, cómo iba a tener lugar aquello si ella no había estado con ningún hombre. Isabel viene a decirle, que esa fe en las palabras de ángel, ha sido la garantía del cumplimiento de lo que se le ha anunciado. Esta actitud de María ha de ayudarnos a aceptar la Palabra, incluso cuando no la entendemos. La fe no es contraria a la razón, pero la fe no se razona. La mejor actitud ante la Palabra no es intentar razonarla y entenderla con nuestra inteligencia, sino aceptarla apoyándonos en la autoridad de aquel que nos la dice.
0 comentarios