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DOMINGO III DE ADVIENTO -C-

DOMINGO III DE  ADVIENTO -C-

«YO OS BAUTIZO CON AGUA... VIENE EL QUE OS BAUTIZARÁ CON ESPÍRITU SANTO»

 

CITAS BÍBLICAS: So 3, 14-18a * Flp 4, 4-7 * Lc 3, 10-18

Estamos en el tercer domingo de Adviento. La Palabra hasta ahora nos ha hablado de vigilancia, de conversión, de espera ilusionada de la venida del Señor. Es fácil que a nosotros nos ocurra lo mismo que a los que escuchaban la predicación de Juan el Bautista. A ellos, en el evangelio de hoy, los vemos acercarse a Juan para decirle: «Entonces, ¿qué hacemos?».     

También a nosotros nos gusta ir a lo práctico. A pesar de decir que somos amantes de la libertad, por comodidad nuestra, nos gustaría saber la fórmula práctica en cada caso. Tú dime, ¿qué tengo que hacer? Seríamos capaces de renunciar a nuestra libertad, para caer de nuevo en la esclavitud de la ley. De esta forma nuestra salvación dejaría de ser un regalo del Señor, para convertirse en un fruto de nuestro esfuerzo.

La respuesta de Juan no deja lugar a dudas. Resumiendo, les dice: Piensa más en los demás y vete olvidándote de ti mismo. Si nos fijamos, su respuesta encierra lo que nos dice la segunda parte del Shemá: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esto lo tenía muy claro san Juan. Lo vemos en su primera carta cuando nos dice: “Para llegar al amor de Dios, al que no vemos, el mejor camino que tenemos es el amor a los hermanos a los que vemos, y que están cerca de nosotros”.

Fijémonos como lo hace Juan el Bautista. En primer lugar, invita a la gente corriente a compartir con los necesitados vestido y comida. A los recaudadores, los publicanos, que se dedican a cobrar los impuestos les dice, que no exijan más de lo debido y que no se enriquezcan a costa de los demás. A unos militares que también le preguntan responde: «No hagáis extorsión a nadie. No abuséis de vuestra autoridad… ».

Como ya hemos dicho, Juan Bautista, con estas respuestas les ayuda a ver que, para recibir el Reino de Dios como es debido, la mejor fórmula es olvidarse de uno mismo y pensar más en los demás. Esto es, al fin y al cabo, vivir en conversión.

El pueblo, que en aquel entonces estaba expectante ante la posible aparición del Mesías, escuchando la predicación de Juan, llega a pensar si no sería él el Mesías. Pero Juan, que sólo es el testigo de la Verdad, sólo es el amigo del Novio que anuncia su llegada, niega esta posibilidad y, mostrando su humildad, dice que no es merecedor de desatar al Mesías la correa de sus sandalias. Es ésta, la persona extremadamente humilde, que conoce su misión y la lleva cabo a rajatabla.

También el Señor nos ha llamado a ti y a mí para que en esta generación anunciemos su venida. La salvación y la felicidad de muchos, empezando por la de aquellos que nos rodean, depende de que, sin buscar protagonismo como Juan, hagamos llegar la Buena Nueva del Reino a todos aquellos que viven cerca de nosotros. A nuestros familiares, amigos, conocidos, compañeros de trabajo, etc. Nuestra misión, es anunciar con humildad que el Señor viene, que el Reino de Dios está cerca, que el Señor, que nos ama y nos perdona siempre, desea la felicidad para todos. Que no hemos de temer el encuentro con Él, que siempre que aparece en la vida del hombre, lo hace para salvar.

Vivimos en una generación descreída que se aleja Dios con gran rapidez. Que nunca ha oído hablar de que su perdón y su misericordia son universales. Una generación que al único Dios que conoce es aquel que aprendió en el Catecismo: «Premiador de buenos y castigador de malos». Un Dios que en breve veremos nacer pobre y humilde en Belén, y que un día vendrá glorioso a salvar a todos aquellos que se acojan a su misericordia, y no rechacen su salvación.


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