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DOMINGO II DE PASCUA - DE LA DIVINA MISERICORDIA

DOMINGO II DE PASCUA - DE LA DIVINA MISERICORDIA

«COMO EL PADRE ME HA ENVIADO, ASÍ TAMBIÉN OS ENVÍO YO»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 4,32-35 * 1Jn 5,1-6 * Jn 20,19-31

En el evangelio de hoy encontramos a los discípulos reunidos en una casa con las puertas cerradas, temerosos de los judíos, al anochecer del primer día de la semana, o sea, del domingo. Están consternados y muy afectados por los acontecimientos que han tenido lugar durante esos días en Jerusalén. Sólo hace tres días en que han sido testigos del prendimiento, la pasión y la muerte en cruz del Señor Jesús. Temen caer en las manos de los judíos y correr la misma suerte que su Maestro.

De pronto aparece el Señor en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros» a la vez que les muestra las manos y el costado con las heridas de los clavos y la lanza. Ellos se llenan de alegría al ver a su Señor resucitado. Jesús repite: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

En este primer encuentro de Jesús Resucitado, merece destacarse la actitud del Señor Jesús con sus discípulos. Hubiera sido de esperar que, ante el comportamiento que han tenido con él durante toda la Pasión, merecieran, por lo menos, un reproche. Ninguno, excepto Juan, ha estado a su lado. Pedro, por temor, lo ha negado tres veces, y del resto nadie ha sido capaz de alzar la voz para defenderlo. Todos lo han abandonado.

Sin embargo, la respuesta del Señor ante la cobardía y la ingratitud de sus discípulos, es muy diferente. Ni un reproche, ni una queja, sino todo lo contrario. Hace llegar a ellos la paz, de la que están muy necesitados, y a la vez les hace un gran regalo al hacerles partícipes de un don que únicamente Dios posee: el poder de perdonar pecados.

Ver esta actitud del Señor ante el pecador ha de hacernos entrar en paz, apartando de nosotros todo temor. También tú y yo somos ingratos con el Señor. Sin embargo, su respuesta ante nuestra infidelidad y pecado sigue siendo la misma: amor y comprensión ante nuestra debilidad. Hemos de tener siempre presente que, nunca el Señor aparecerá en nuestra vida para exigirnos y reprendernos. Él, que formó nuestro corazón, jamás se escandaliza de nuestra pobreza.

Esta actitud de comprensión es la misma que emplea con Tomás ante su incredulidad. No tiene inconveniente en rebajarse a su exigencia de querer meter su dedo en el agujero de los clavos, y su mano en la herida del costado. Es precisamente esa incredulidad, la que impide a Tomás experimentar el gozo de la resurrección del Señor. Eso mismo puede sucedernos a nosotros. Que nuestra dureza de cerviz en reconocerlo en los acontecimientos, buenos o malos de nuestra vida, nos impida experimentar su presencia y su ayuda.

El Señor, hoy, vive resucitado en medio de nosotros, y nos invita a creer en Él y en su presencia continua. No lo vemos físicamente, pero, le ha dicho a Tomás, que somos dichosos por creer en Él sin haberlo visto.


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