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DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

 

El segundo domingo de Pascua, por deseo de san Juan Pablo II, está dedicado a contemplar las entrañas de misericordia del Señor.

Hemos dicho muchas veces que la esencia, si utilizáramos el lenguaje humano diríamos la materia, de la que está hecho nuestro Dios, es el amor, y una de las manifestaciones más eminentes de ese amor, es la misericordia.

Entre las definiciones que el Diccionario de la RAE da de la palabra misericordia, queremos señalar dos: «Virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos». Y también, «atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas». Sería inconcebible pensar en Dios de una manera distinta. No cabe otra manera de entender el comportamiento de Dios de una manera diferente.  

En nuestro origen hemos salido de las manos de Dios como criaturas perfectas, pero al utilizar mal nuestra libertad dando la espalda a nuestro Creador, el pecado ha afeado nuestra hermosura primera.

La reacción del corazón de Dios-Padre ante tu infidelidad y la mía, que somos sus hijos, la expresa maravillosamente el profeta Oseas, cuando, ante el pecado de Israel, pone en boca del Señor: «¿Cómo voy a dejarte, Efraím? ¿Cómo entregarte, Israel? ...Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím...» El Señor nos ama por encima de nuestros pecados. Si en Él tuviera cabida el sufrimiento, afirmaríamos que, como padre que ama intensamente a sus hijos, su corazón sufre viendo la esclavitud y el dolor al que nos somete el pecado.

Por otra parte, es consolador saber que por grande que sea nuestro pecado, nunca el Señor se escandaliza de nosotros. Dice el salmo 32: «Él formó cada corazón y comprende todas sus acciones». Nada hay, pues, de nuestro comportamiento que pueda escandalizarle. La respuesta ante nuestros desvaríos y pecados, es siempre la misma: comprensión, amor y misericordia, y como consecuencia, perdón sin límites.

¿Queremos decir con todo esto que no nos ha de preocupar nuestra condición de pecadores? No. El pecado nunca es un placer o una cosa buena que se nos prohíbe. El pecado engendra siempre sufrimiento y muerte. Por eso, nuestro Padre-Dios, odia al pecado y ama con locura al pecador, siendo siempre su respuesta para nosotros, pecadores, el perdón y la misericordia.

 

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