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DOMINGO IV DE CUARESMA (Laetare) -B-

DOMINGO IV DE CUARESMA (Laetare)  -B-

«DIOS NO MANDÓ A SU HIJO AL MUNDO PARA CONDENAR AL MUNDO».

 

CITAS BÍBLICAS: Cro 36,14-16 * Ef 2,4-10 * Jn 3,14-21

Nicodemo era un rico fariseo, maestro en Israel, miembro del Sanedrín y «principal entre los judíos».​ San Juan en su evangelio nos dice de él, que de una manera discreta se entrevista con el Señor Jesús por la noche. El evangelio de hoy es, precisamente, un fragmento de esta entrevista que Nicodemo mantiene con el Señor.

El Señor dice a Nicodemo que de la misma manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, y todos los que la miraban quedaban curados, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, refiriéndose a su muerte en cruz, para que todo el que crea en Él, se vea libre de la muerte que produce el pecado.

 A los israelitas, en el desierto, les causaba la muerte la mordedura de pequeñas víboras. A ti y a mí es el veneno del pecado el que nos mata. Ellos mirando a la serpiente se veían libres de la muerte. También para nosotros, contemplar al señor crucificado es contemplar el amor de Dios-Padre, que ha borrado en esa Cruz la nota de cargo que exigía nuestra muerte.

Para nosotros son consoladoras y reconfortantes las palabras del Señor a Nicodemo cuando le dice: «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.» Para experimentar esa salvación, lo único que se nos exige es creer en ella. Creer que en la Cruz del Señor Jesús está nuestra salvación. Una salvación que es universal, es decir para todos. Para todos los que en la Cruz del Señor Jesús descubran el amor y la misericordia de un Padre que sólo quiere lo mejor para sus hijos. No cabe duda de que, en el desierto, si uno era mordido por una serpiente y no creía que su curación estaba en mirar a la serpiente de bronce, moría. De la misma manera, si uno de nosotros, es mordido por el pecado, que es el aguijón de la muerte, y no cree que en la Cruz del Señor Jesús está la salvación, indudablemente, él mismo elige su condenación.

El Señor continúa diciendo a Nicodemo: «Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas».  Lo que dice el señor aquí lo hemos experimentado todos. Todos tenemos experiencia de que cuando vamos a hacer una acción reprobable, procuramos que no haya testigos, que nadie nos vea. Esto ya sucede desde la niñez. Desde la niñez tenemos cierta consciencia de lo que está bien y lo que está mal. Por eso, el niño, cuando va hacer alguna travesura procura no ser visto por sus padres.

Podemos poner un ejemplo que corrobora lo que dice el Señor. Nuestra vida puede compararse a una habitación. Si la luz de la habitación es tenue, aparentemente todo parece estar limpio y en orden. Sin embargo, al encender un gran foco, empieza a verse el desorden, el polvo, las telarañas y la suciedad. Eso mismo sucede en nuestra vida, preferimos las tinieblas, la poca luz, porque de esa manera nuestros defectos y pecados pasan más desapercibidos. De ahí que el Señor diga que, «todo el que obra perversamente detesta la luz, para no verse acusado por sus obras»

Uno de los beneficios que comporta la escucha de la Palabra de Dios, es, precisamente, iluminar nuestro interior para que aparezcan nuestras faltas y pecados. De esta manera nos muestra cómo somos de verdad. Nos convence de que no somos tan buenos como creemos o aparentamos. Sin embargo, no nos deja sólo acusándonos de pecado, sino que, levanta nuestro ánimo dándonos a conocer la debilidad que Dios-Padre siente por nosotros, pecadores, y su misericordia sin límites que, ante nuestras faltas y miserias, nunca se escandaliza y nos ofrece continuamente su perdón sin límites.  


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