Blogia
Buenasnuevas

DOMINGO II DE CUARESMA -B-

DOMINGO II DE CUARESMA  -B-

«ÉSTE ES MI HIJO AMADO; ESCUCHADLO»

 

CITAS BÍBLICAS: Gén 22,1-2.9a.15-18 * Rm 8,31b-34 * Mc 9,1-9

En este segundo domingo de Cuaresma contemplamos en el evangelio de san Marcos la Transfiguración del Señor.

El Señor Jesús coge a Pedro, a Santiago y Juan, se los lleva a un monte alto y en su presencia se transfigura por completo. El evangelista lo explica diciendo que sus vestidos se vuelven de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Junto a él aparecen conversando Moisés y Elías.

Pedro, asombrado, sin saber mucho lo que dice exclama: «Maestro. ¡qué bien se está aquí!». Se forma una nube que cubre a los tres y se oye una voz desde el interior de la nube que dice: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo».

De este pasaje del evangelio podemos sacar varias conclusiones. En primer lugar, lo que pretende el Señor al transfigurarse delante de los apóstoles, es afianzar la fe en su persona. Sabe que se acercan momentos muy difíciles que no podrán ser asumidos por aquellos que le acompañan. La próxima pasión y muerte del Señor, serán acontecimientos incomprensibles para ellos. Por eso, a fin de que su fe no se tambalee, el Señor les muestra por unos momentos lo que se esconde debajo de su presencia humana, su divinidad.

Por otra parte, para nosotros, ver la figura del Señor transfigurado es un anticipo de aquello que Él nos tiene reservado. Por su gracia, o sea, como don gratuito, también nuestro cuerpo mortal será transformado en un cuerpo glorioso. No somos seres destinados a la corrupción como el resto de los seres vivos. Nuestra condición de hijos de Dios nos asegura una vida eterna y feliz en su presencia.

Esa filiación divina que Dios-Padre nos ha otorgado a través de la persona de su Hijo Jesucristo, hace que, también nosotros, hoy, seamos los destinatarios de las palabras que ha pronunciado la voz del Padre: «Éste es mi hijo amado». ¿Eres consciente de lo que esto significa? ¿Que tú y yo, egoístas, lujuriosos, orgullosos, pecadores, en fin, podamos, por los méritos del Señor Jesús, aparecer ante Dios-Padre, como santos e inmaculados, y escuchar de sus labios que somos sus hijos amados?

Tener la certidumbre de nuestra filiación divina, de la predilección que el Señor siente por cada uno de nosotros, es razón más que suficiente para que nuestra existencia tenga sentido pleno, para que, las dificultades y contrariedades de la vida, no consigan hacernos caer en el desánimo. Si vivir unos instantes en esa vida que Dios nos prepara, fue suficiente para hacer exclamar a Pedro «Maestro. ¡qué bien se está aquí!», ¿qué no será vivir para siempre esa vida eterna que Dios-Padre ha dispuesto para cada uno de nosotros?

Ciertamente, somos incapaces de devolver a Dios un poco del amor que él siente por nosotros, sin embargo, a Él le basta con vernos felices y agradecidos disfrutando plenamente de todo lo que cada día recibimos de su mano.



0 comentarios