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DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

«VENID A MÍ LOS QUE ESTÁIS CANSADOS Y AGOBIADOS»

 

CITAS BÍBLICAS: Zac 9, 9-10 * Rm 8, 9.11-13 * Mt 11, 25-30

Santiago nos dice en su carta: «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes». ¿Por qué dirá esto el apóstol, podemos preguntarnos? La respuesta es muy sencilla. El corazón de Dios, que tiene entrañas de madre, se conmueve cuando el hombre, tú y yo, es consciente de su debilidad, de sus fallos, de su impotencia a la hora de obrar el bien. Dios sabe que nos ha dado un corazón que ansía continuamente ser feliz y sabe, también, que por más que nos esforcemos nunca llegaremos a alcanzar esa felicidad.

Hay dos caminos para salir de esta situación. Por una parte, podemos rebelarnos, endiosarnos y creer que esforzándonos podemos lograr la felicidad, es lo que hizo Lucifer alzándose en contra de Dios, y también Adán y Eva que quisieron igualarse a Él. Los habitantes de la tierra después del diluvio, intentaron también, por soberbia, perpetuar su nombre construyendo una torre que alcanzara al cielo. Unos y otros, así como los soberbios que a través de la historia han querido destacar y dominar por su esfuerzo, han fracasado estrepitosamente. Dios no permite que nadie le arrebate su gloria.

El otro camino para alcanzar la felicidad es el de la humildad. Es el de aquellos que, reconociendo su inutilidad, su impotencia y su pecado, se acogen a la misericordia de Dios.  A Dios se le ensancha el corazón cada vez que puestos en su presencia, somos conscientes de que nada bueno puede salir de nosotros. Por eso, hoy, en el evangelio, el Señor Jesús exclama: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».

Obrando así, Dios-Padre, ha querido manifestar que la obra de salvación la ha iniciado Él, la sostiene Él actualmente, y será Él el que por fin la llevará término. Nosotros no seremos nunca los protagonistas, seremos los beneficiarios de esa salvación. El Señor sólo nos pide que seamos dóciles a sus inspiraciones, que no opongamos resistencia, que le dejemos llevar adelante su obra en nosotros.

Si hoy te consideras pequeño, pobre, pecador, tienes que alegrarte, porque las palabras del Señor Jesús están dichas para ti. Él se complace viendo cómo el Padre obra maravillas en tu vida, sin que tu condición pecadora sea impedimento. Al contrario, si el Señor te ha elegido, es, precisamente, por tu pobreza y pequeñez, a fin de que no haya duda de que es Él, el que lleva adelante esta empresa.

El Señor Jesús sabe que tu vida y la mía es una lucha constante, una lucha con grandes agobios, muchos sufrimientos y muchas caídas. Sabe, también, que pesa sobre nosotros el yugo y la esclavitud al pecado y la muerte. Por eso viene en nuestra ayuda. Quiere ser nuestro Cirineo, quiere ayudarnos a llevar esa cruz que muchas veces nos aplasta. Por eso nos dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso».

Si es el Señor el que viene en nuestra ayuda, si es Él el que camina junto a nosotros, ¿qué debemos temer? ¿Quién nos hará temblar? Como dice san Pablo en su carta a los Romanos, «ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro…podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro».  


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