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SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

SANTÍSIMO CUERPO Y  SANGRE DE CRISTO

CITAS BÍBLICAS: Dt 8, 2-3.14b-16a * 1Cor 10, 16-17 * Jn 6, 51-58

El jueves siguiente al domingo de la Stma. Trinidad la Iglesia celebra la solemnidad del Corpus Christi. Como ya ocurrió en el jueves de la Ascensión, esta solemnidad se traslada a este domingo por razones laborales.

En este día celebramos la institución de la Eucaristía llevada a cabo por el Señor Jesús en la noche de la Última Cena. La Iglesia lo hace así, para dar mayor realce a este acontecimiento celebrándolo en un día que no estuviera marcado por la inminente Pasión del Señor.

La delicia del Señor, lo dice el Libro de los Proverbios, es estar con los hijos de los hombres. Por eso, sus últimas palabras antes de su Ascensión al cielo fueron precisamente estas: «Ved que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Este deseo y esta promesa del Señor, han hallado cumplimiento por partida doble. Por un lado, sabemos que el Señor Resucitado está vivo de manera permanente en su Iglesia, por otro lado, lo está también de una manera eminente en el Sacramento del Altar.

San Juan en la noche de la Última Cena nos dice: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Anteriormente, en el discurso que pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm, el Señor había dicho: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida». Ahora, en la noche que precede a su Pasión, no contento con haber alimentado a los suyos son su Palabra, el Señor quiere que su carne y su sangre sirvan de alimento a sus discípulos. Quiere dejarse comer y lo hace realidad transformando el pan y el vino en su propia carne y en su propia sangre. Quiere permanecer junto a los suyos no solo con su cuerpo glorioso y resucitado, sino también de una manera física bajo las especies de pan y vino.

El Señor nos ha amado hasta el extremo porque, no solo ha entregado su vida derramando hasta la última gota de su sangre por ti y por mí, sino que ha transformado su carne y su sangre en tu alimento y mi alimento. Un alimento diferente al resto de alimentos que tomamos, porque, como dice san Agustín, no se transforma dentro de nosotros en carne y sangre, sino que hace que seamos nosotros los que nos transformemos en Él. Por eso, por las venas de un cristiano fluye la misma sangre de Cristo. Para nosotros es imposible entender lo que este misterio significa. Tú y yo, pecadores, infieles al Señor, convertidos en hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.

Nosotros, pues, estamos llamados a ser otros cristos, como dice san Pablo, pero esta transformación no podemos conseguirla con solo nuestro esfuerzo. Somo débiles, y nuestro hombre de la carne está sometido al pecado y a la muerte. Por eso, el Señor, que conoce nuestra situación y nuestra debilidad, viene en nuestra ayuda dándonos a comer su propia carne y su propia sangre.

A la Eucaristía se la ha llamado “el Pan de los fuertes”. Nosotros, sin embargo, la consideramos el “Pan de los débiles”. El pan de aquellos que se ven incapaces para obrar el bien y cumplir la voluntad de Dios. Esos, somos tú y yo, que, aunque nos gustaría obrar el bien, nos gustaría amar y perdonar, comprobamos que nuestras obras distan mucho de hacer lo que a Dios le agrada. Precisamente por esto, el Señor quiere alimentarnos con su Carne y con su Sangre, para que desde nuestro interior obren en nosotros aquello que para nosotros es totalmente imposible realizar.

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