FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD -A-
¡¡¡GLORIA AL PADRE Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO!!!
CITAS BÍBLICAS: Ex 34, 4b-6.8-9 * 2Cor 13, 11-13 * Jn 3, 16-18
Finalizado el tiempo pascual celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Este gran misterio se refiere a la misma esencia de Dios.
El trabajo de los teólogos es necesario y encomiable, pero sabemos por experiencia que no es la sabiduría la que nos salva. Ya san Pablo, que buceó penetrando en la sabiduría de Dios, dice al respecto: "No quise saber entre vosotros sino a Cristo y éste crucificado". Ésta es la sabiduría que salva, no la abundancia de conocimientos, fechas o datos.
Otro apóstol, aquel que sondeó el corazón del Señor recostando la cabeza sobre su pecho, nos muestra cuál es la esencia del mismo Dios. Dios es Amor, nos dice. Ninguna palabra define con mayor fidelidad lo que es Dios y la manera en que Dios se nos manifiesta. Ahora bien, para que pueda darse el amor, son indispensables, por lo menos, dos personas: la persona que ama y aquella que es objeto de su amor.
En el caso de la Santísima Trinidad la existencia de tres personas distintas hace posible la presencia del amor. La Palabra del Padre tiene tal consistencia, tal fuerza, que engendra desde toda la eternidad a una Persona distinta a Él que conocemos como al Hijo. Luego, entre el Padre y el Hijo surge una relación de amor de tan gran intensidad, que es el origen de la Tercera Persona: el Espíritu Santo.
Evidentemente, en este intento de simplificar lo que es la Santísima Trinidad, los conceptos que empleamos no dejan de ser meras palabras que aclaran poco el misterio de Dios. Pero, aun logrando explicar algo de su esencia, de nada nos serviría conocerlo.
Para nosotros es mucho más fácil conocer a la Trinidad por la obra que cada una de las divinas personas ha realizado en nuestras vidas.
El Padre, amándonos a cada uno desde toda la eternidad, hizo que en un momento de la historia apareciéramos como personas. Nos dio la vida y nos hizo libres, para que pudiéramos amarle libremente sin coacción alguna.
El Hijo apareció en nuestras vidas, cuando, usando mal del don de la libertad volvimos la espalda al Padre, y en nuestro desvarío, en vez de buscar la felicidad en su amor, la buscamos en sus criaturas. Él se hizo próximo a nosotros tomando nuestra misma naturaleza, para librarnos de la muerte en cuyas redes habíamos caído. Nos mostró el amor del Padre que nunca nos ha rechazado, amándonos hasta el extremo, hasta la muerte en cruz.
Finalmente, para llevar a plenitud su obra, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, para que fuera fortaleza en nuestra debilidad, consuelo en nuestros sufrimientos y compañía en nuestra soledad. Él es nuestro defensor ante las asechanzas del maligno. Él, morando en nuestro interior, hace que experimentemos la filiación divina, que nos sintamos hijos de Dios y, por lo tanto, podamos llamarle, Abba, papá.
0 comentarios