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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR -A-

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR -A-

«MI SEÑOR ME AYUDA, POR ESO NO QUEDARÉ CONFUNDIDO»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 50, 4-7 * Flp 2, 6-11 * Mt 26, 14—27, 66

El largo camino de la Cuaresma nos ha conducido a este domingo con el que la Iglesia inicia la Semana Grande, la Semana Santa. Una semana en la que veremos al Señor Jesús culminando la misión para la que el Padre lo envió al mundo. Podremos contemplar de cerca la gran epopeya de nuestra salvación. Celebraremos en una sola semana acontecimientos tan importantes como la Institución de la Eucaristía, La Pasión del Señor y su Muerte en Cruz y, finalmente, el sábado, nos preparará para celebrar en el domingo la victoria del Señor Jesús sobre la muerte. El Señor había dicho: «No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén». Por eso hoy, lo vemos  entrar con resolución en la Ciudad Santa para culminar allí su misión.

La Palabra central de la liturgia de hoy es la Pasión según san Mateo, sin embargo, nosotros vamos a fijarnos en la primera y segunda lectura que hoy nos ofrece la Iglesia. La primera es un fragmento del libro del Profeta Isaías. En ella podremos comprobar cómo la afirmación que hizo en otra ocasión el Señor Jesús hablando de sí mismo es cierta, y halla cumplimiento en su persona. El Señor había dicho: «Escrutad las Escrituras porque ellas hablan de mí».

Isaías empieza diciendo: «Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento». Esa ha sido la predicación del Señor. No ha venido a condenar, sino a salvar lo que estaba perdido. Ha venido a darnos ánimo en nuestra lucha diaria contra el mal. Ha venido a darnos ánimo en esta situación particular de impotencia que vivimos en estos días. «Cada día, sigue diciendo, me espabila el oído». «El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás». ¿Sabes qué significa tener el oído abierto? Significa saber interpretar a través de los acontecimientos de cada día cuál es la voluntad de Dios, con la certeza de que es lo que más nos conviene.

Lo que sigue diciendo el profeta es un anuncio de la Pasión del Señor echo más de doscientos años antes: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba… por eso ofrecí el rostro como pedernal, y no quedaré avergonzado».

Esta palabra es la que ha dado fortaleza a los mártires para afrontar la muerte si miedo. Esta palabra ha de animarnos a la lucha diaria contra el mal, teniendo el convencimiento de que Dios está a nuestro lado y nos sostiene.

El Señor ha dicho: «No quedaré avergonzado». Esto es precisamente lo que el apóstol san Pablo nos dice en la segunda lectura de hoy. El Señor Jesús no tuvo inconveniente en despojarse de su categoría de Dios, para tomar una carne mortal como la tuya y la mía. Sufrió una pasión atroz y se sometió a una muerte afrentosa indigna de un ser humano. Precisamente por eso, para que no quedara avergonzado, «Dios lo levantó sobre todo y le dio el nombre (el poder) sobre todo nombre (sobre todo poder)».

La humillación, el anonadamiento que padeció el Señor Jesús, es el único camino que tenemos nosotros para ser un día también glorificados con Él. La diferencia entre Él y nosotros estriba, en que en esta lucha contra el mal y contra el mundo, Él nos ha precedido abriéndonos el camino, y permaneciendo constantemente a nuestro lado como ayudador.

 

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