ESTAMOS VIVIENDO MOMENTOS DIFÍCILES
VIVIMOS MOMENTOS DIFÍCILES
A causa de la pandemia del coronavirus estamos viviendo momentos muy difíciles, que pueden provocar en nosotros ansiedad y frustración. Vivimos como si tuviéramos encima la espada de Damocles. Es cierto, que por nuestra parte nos esforzamos en poner los medios necesarios para evitar la enfermedad. Sin embargo, no es menos cierto, que cada día nos llegan noticias nada tranquilizadoras sobre el avance de esta pandemia, y la cifra desorbitada de muertes que produce. Es necesario ser inconscientes para que esta situación no mine nuestro estado de ánimo.
Añoramos los días en que vivimos en paz libres de estas preocupaciones. En estas circunstancias podemos hacer nuestra la frase del salmista cuando en el salmo cuatro dice: «¿Quién nos hará ver la dicha» ¿Cuándo terminará este mal sueño? Quizá también tengamos facilidad para identificamos con el levita que en el salmo 41, recuerda con añoranza y congoja «cómo marchaba en medio de un pueblo en fiesta».
Esta es, sin duda, nuestra realidad y la de la mayoría de personas que nos rodean, contemplando impotentes el avance de la enfermedad. Sin embargo, nosotros, los creyentes, hemos de tener muy presente las palabras de Apóstol: «Todo sucede para bien de aquellos a los que el Señor ama». Nosotros no somos gente sin esperanza. Por eso, entrando en nosotros mismos hemos de hacer nuestras las palabras del salmo 41: «¿Por qué te acongojas, alma mía?¿Por qué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo, salud de mi rostro, Dios mío.
Es un don del cielo tener la certeza de que el Señor no nos abandonará. Dios es nuestro auxilio y escudo. Es auxilio, en estos momentos de sufrimiento que cada día nos muestran, para nuestro bien, nuestra limitación y nuestra pequeñez. Es escudo, siempre dispuesto a defendernos si nosotros imploramos su ayuda, porque, como dice la Escritura: «Nadie que invoque el nombre (el poder) del Señor será confundido»
Con el Señor a nuestro lado nada debemos temer. Hagamos nuestras las palabras del salmista: «Señor, tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan». Digamos con confianza: «¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Señor, tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo. En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo, pues tú solo, Señor, me asientas en seguro». (sal. 4)
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