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DOMINGO V DE CUARESMA -A-

DOMINGO V DE CUARESMA  -A-

«YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA»

 

CITAS BÍBLICAS: Ez 37, 12-14 * Rm 8, 8-11 * Jn 11, 1-45

Con este domingo damos comienzo a la última semana de Cuaresma, ya que con el próximo daremos inicio a la Semana Santa. A este domingo y a la semana que se inicia con él, tradicionalmente, hasta la llegada de la reforma que hizo de la liturgia el Concilio Vaticano II, se le denominaba Domingo de Pasión.

El evangelio de hoy nos muestra al Señor Jesús como dueño y Señor de la vida. Lo podremos comprobar a través del pasaje que nos narra, la resurrección de Lázaro.

Lázaro y sus hermanas Marta y María viven en una aldea cercana a Jerusalén, Betania, y se cuentan entre los discípulos de Jesús. Con frecuencia es en casa de estos hermanos donde se aloja cuando visita la ciudad. Sucede en esta ocasión que Lázaro enferma de gravedad mientras el Señor se halla lejos. Las hermanas le envían aviso, pero el Señor retrasa adrede su salida hacia Betania, de manera que, cuando llega, Lázaro ya ha muerto y lleva cuatro días enterrado.

Marta, al enterarse de la llegada de Jesús sale a su encuentro y al encontrarle le dice: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». El Señor le responde: «Tu hermano resucitará». «Ya sé que resucitará en la resurrección del último día» dice Marta, pero el Señor a su vez le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre».

María, al conocer la llegada de Jesús, sale de la casa deprisa y llorando se echa a los pies del Señor diciendo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». El Señor Jesús viéndola llorar a ella y a los que la acompañaban, solloza, y conmovido hace que lo lleven hasta la tumba. Una vez allí, de nuevo no puede reprimir las lágrimas y ordena: «Quitad la losa». Aunque ya huele mal, abren la tumba. Jesús, puestos los ojos en el cielo y después de dar gracias al Padre, dice con potente voz: «Lázaro, ven afuera». Ante el asombro de todos, el muerto sale con los pies y manos atados. El Señor dice: «Desatadlo y dejadlo andar».

Esta palabra de la resurrección de Lázaro encaja perfectamente en tu vida y en la mía. Creo que a estas alturas no tenemos la menor duda de que somos pecadores. El pecado, como dice san Pablo, es el aguijón de la muerte. Es decir, que es él, el que introduce en nosotros el veneno de la muerte. Por lo tanto también nosotros, como Lázaro, estamos muertos. Como él, también estamos atados y somos incapaces de devolvernos la vida. Pesa sobre nosotros una enorme losa que nos priva de libertad y nos esclaviza a la acción del mal. Por eso, tu y yo, podemos exclamar con san Pablo: «¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?»

La respuesta a esta situación nos la da el mismo Señor Jesús cuando dice a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». Él, entrando en la muerte la ha derrotado, la ha destruido. Ha quitado la losa que nos aplastaba y ha abierto para nosotros una vida nueva, una vida eterna y feliz. ¿Creemos esto? Si lo creemos experimentaremos como Lázaro la resurrección, de lo contrario seguiremos muertos en nuestros pecados. Pensemos que todos tenemos experiencia de que en nuestra vida el Señor ha ido venciendo pequeñas o grades muertes. Esta experiencia es la que ha de acrecentar en nosotros la esperanza de nuestra resurrección última.


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