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DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO -A-

«VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA Y LA LUZ DEL MUNDO»

 

CITAS BÍBLICAS: Is 58, 7-10 * 1Cor 2, 1-5 * Mt 5, 13-16

Con el evangelio del domingo pasado, que no pudimos comentar por coincidir con la Presentación del Señor, se iniciaba el Sermón del Monte o de las Bienaventuranzas. Hoy la Iglesia nos propone otro fragmento de esta Palabra tan importante en la vida del cristiano.

En estos tres capítulos del evangelio de san Mateo, el Señor Jesús nos muestra la fotografía de lo que es un cristiano, de manera que, si tú deseas saber hasta qué punto eres fiel como discípulo de Jesucristo, solo tienes que comprobar hasta qué extremo esta palabra halla cumplimiento en tu vida.

Hoy, el Señor empieza diciendo: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?» Más adelante sigue diciendo: «Vosotros sois la luz del mundo… No se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa».

Podemos preguntarnos, ¿por qué el Señor compara a sus discípulos con la sal y también con la luz? Sencillamente, porque esa es la misión que les encomienda realizar en medio del mundo. Esa es la misión a la que nos llama a ti y a mí. La sal, aunque en un guiso se pone en muy pequeña cantidad, tiene la virtud hacer que la comida esté sabrosa. Es decir, que tenga un sabor agradable. Esa es la misión de la Iglesia, tu misión y mi misión. Los hombres se afanan por encontrar sentido a su vida. Saber por qué están en el mundo y cuál es la finalidad de su existencia. De no encontrar respuesta, pueden llegar a la conclusión de que su vida en nada se diferencia de la de un animal. Nacer, crecer, reproducirse y volver a la nada. De ser así, afirmaríamos que la vida del hombre sobre la tierra es totalmente un sinsentido.

No encontrar razón de ser, no encontrar sentido a la vida, es lo mismo que vivir en oscuridad. En nuestra vida necesitamos la luz para ver por dónde vamos, para constatar que no estamos solos. Que otros seres como nosotros se mueven a nuestro alrededor. Por eso, hoy, el Señor, nos llama a ser la luz que rompa las tinieblas de aquellos que nos rodean. Nos lo dice a continuación en el evangelio: «Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo».

El Señor en el evangelio de san Juan nos dice: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas…» Hoy quiere que tú y yo, que somos sus discípulos, seamos en esta generación la sal que dé sentido al mundo y la luz que rompa las tinieblas de la vida. Somos afortunados porque para esta misión solo llama a unos pocos. La Iglesia en el mundo es muy pequeña comparada con los millones de personas que pueblan la tierra. Nuestra presencia, la tuya y la mía, ha de servir para que aquellos que están con nosotros y no pertenecen a la Iglesia, conozcan a través de nuestra vida, el amor de Dios y el perdón de sus pecados.

Una particularidad tiene nuestra misión. La sal en el guiso desaparece dando sabor, muere, podríamos decir. También la vela se consume lentamente mientras alumbra a los de la casa. Quiere decir esto que, cumplir nuestra misión, supone la entrega al otro, morir por el otro, de la misma manera que el Señor Jesús murió por ti y por mí, para salvarnos.


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