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FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR -A-

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR -A-

«LUZ PARA ALUMBRAR A LAS NACIONES Y GLORIA DE TU PUEBLO ISRAEL»

 

CITAS BÍBLICAS: Mal 3, 1-4 * Heb 2, 14-18 * Lc 2, 22-40

Las lecturas de este domingo deberían ser las que corresponden al domingo cuarto de tiempo ordinario, pero como se da la circunstancia de que en este día se celebra una de las fiestas del Señor, la Presentación en el Templo, serán las lecturas correspondientes a esta festividad las que se proclamarán.

San Lucas nos dice en el evangelio de hoy, que siguiendo lo prescrito por la ley, cuarenta días después del nacimiento de Niño Jesús, sus padres lo llevan al Templo para ser presentado al Señor, entregando la oblación correspondiente.

Al entrar en el templo, un anciano, Simeón, que se había acercado al templo impulsado por el Espíritu Santo, pues aguardaba el consuelo de Israel, cogiendo al Niño en brazos, exclama: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Simeón ve así cumplida la promesa del Señor, de que no moriría sin ver antes al Mesías.

Simeón proclama que aquel Niño llega al mundo para alumbrar a las naciones. Esta afirmación de Simeón es de gran importancia, porque desvela cuál es la misión que Dios-Padre ha puesto en manos de aquel Niño, que el anciano sostiene en sus brazos.

De las palabras de Simeón se deduce que el mundo vive en oscuridad y tinieblas. Nosotros podemos comprobar la veracidad de esta afirmación, en el hecho de que a través  de la Escritura abundan las referencias a esta oscuridad. San Juan dirá: «Dios es luz y en Él no existe tiniebla alguna». Si es así, ¿por qué, podemos preguntarnos, existe en el mundo esa oscuridad? La respuesta nos la da también san Juan: «Los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas».

Como vivimos inmersos en la luz, nos resulta difícil imaginar que el mundo vive en la oscuridad. Sin embargo, si tenemos en cuenta cuáles son las obras de las tinieblas, comprenderemos, en efecto, que la luz no esté presente en el mundo. Los hombres han apartado de su vida a Dios que es la luz, y han colocado en su lugar al dios Mammón, que es el dios que simboliza la avaricia material, el dios del dinero.

La avaricia nos ciega. Ella es la causa de las extorsiones, de los robos, de las guerras y de toda clase de abusos, que al final siempre pagan los más débiles. Quitar a Dios de la vida, como lo hacemos cuando buscamos nuestra conveniencia o capricho, cuando, en resumen, pecamos, es quitar la luz de nuestras vidas, es vivir ciegamente para nosotros mismos sin importarnos para nada los demás. Se hace realidad aquello de “primero yo, después yo y siempre yo”, que nos impide entregarnos de verdad a los otros. El egoísmo hace que el hombre se refugie en la sexualidad, buscando únicamente su propio placer. No es de extrañar, por tanto, que fracasen tantos matrimonios, porque cada uno de los contrayentes busca consciente o inconscientemente, que el otro lo haga feliz. No tenemos en cuenta que esa misma necesidad es la que experimenta la otra persona.

Ante este panorama tan poco halagüeño, hoy, el anciano Simeón, nos muestra a Aquel que viene a iluminar nuestras tinieblas. Aquel que rompiendo la oscuridad de nuestra vida, nos hace ver que no estamos solos, que a nuestro lado viven seres que sufren, aman y sienten, y que tienen las mismas necesidades que nosotros. Viene a romper el caparazón del egoísmo que nos aísla. Viene a darnos por medio de su Espíritu, la fuerza para poder pasar del “yo”, al “tú”, porque sabe que éste es únicamente el camino que lleva a la felicidad y a la vida.


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