DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
«NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO»
CITAS BÍBLICAS: Am 8, 4-7 * 1Tim, 2, 1-8 * Lc 16, 1-13
Este domingo comenzaremos el comentario al evangelio empezando por el final. En el último párrafo, san Lucas, pone en labios del Señor Jesús estas palabras: «Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Es curioso que el Señor a la hora de buscar cómo debe ser el comportamiento de un discípulo, no enumere otros tipos de pecados. No habla del sexo, ni de respetar la vida de los demás, ni tampoco alude a la mentira o al falso testimonio, etc., sólo hace referencia a la relación que tenemos con el dinero. Quizá sería interesante averiguar cuál es la razón para obrar así.
Para el hombre, huérfano del amor de Dios por el pecado, es indispensable encontrar una razón de ser a su existencia. Sería absurdo pensar que aparecemos en el mundo igual que las setas, de la noche a la mañana, sin que nadie las siembre. El mundo nos brinda esa razón de ser, presentándonos a las riquezas como aquello por lo que vale la pena vivir. Contrapone, entonces, el amor de Dios con el dinero, dos cosas que son totalmente incompatibles.
Cuando en otros pasajes del evangelio preguntan al Señor Jesús cuál es el mandamiento más importante de la Ley, responde: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Amar al Señor con todo el corazón y con toda la mente significa amarlo con todo nuestro ser, y amarlo con todas las fuerzas significa amarlo con todos nuestros bienes, con todas nuestras riquezas. Que quede claro, pues, que cuando en nuestro corazón asienta sus reales el dinero no queda espacio para el amor de Dios. Por eso el Señor nos dice: «No podéis servir a Dios y al dinero».
Con todo lo que estamos diciendo sobre las riquezas no queremos decir que sean malas en sí mismas. Todo lo que somos y tenemos proviene de Dios, pero existe un orden de valores que hay que respetar.
Hoy, el Señor, en el evangelio nos dice: «Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas». ¿Cómo interpretar estas palabras del Señor? ¿Cuál es ese dinero injusto? Muy sencillo. Hemos de convencernos de que no tenemos nada que no hayamos recibido. Quizás pienses: con mi esfuerzo y mi trabajo he conseguido una posición social y unas riquezas. Nadie me ha regalado nada. Sin embargo, yo te digo: mira a tu alrededor. Fíjate cuántas personas son tan inteligentes como tú, tan trabajadoras o más trabajadoras que tú, y cuánto se esfuerzan por conseguir lo que tú tienes sin conseguirlo. ¿Eres tú más guapo que ellas? No me digas que han tenido mala suerte. La suerte o el azar no existe. Existe, desde luego, la Providencia de Dios. Recuerda las palabras de Job que tenía muy presente que todas sus riquezas provenían de Dios cuando afirmaba: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó».
A través de la parábola, el Señor nos invita a hacer lo mismo que el mal administrador, utilizando las riquezas que hemos recibido de sus manos y de las que solo somos meros administradores. Con esas riquezas podemos conseguir aquí amigos, que un día testifiquen ante Él a nuestro favor. «El amor, dice san Pedro en su primera carta, cubre multitud de pecados», y una manifestación eminente del amor es la limosna. También leemos en el Libro del Eclesiástico: «El agua apaga el fuego llameante, la limosna perdona los pecados».
No seamos, por tanto, necios. No permitamos que nuestro corazón se pegue demasiado al dinero. Hagamos caso al Señor cuya palabra es fuente de vida, y cómo él nos dice: «Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».
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