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DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO -C-

«CELEBREMOS UN BANQUETE, PORQUE ESTE HIJO MÍO ESTABA MUERTO Y HA REVIVIDO»

 

CITAS BÍBLICAS: Ez 32, 7-11 * 1Tim 1, 12-17 * Lc 15, 1-32

A través de la historia, en la vida de la Iglesia y en su predicación, se ha hecho hincapié en diferentes aspectos de la Palabra de Dios, entre los que ha destacado la importancia de la Ley y su cumplimiento, así como los frutos que debe dar todo cristiano. Se ha insistido más sobre el esfuerzo personal, que sobre la misericordia de Dios-Padre y su entrañable amor hacia el pecador, manifestados en la Cruz de nuestro Señor Jesús.

Hoy, san Lucas, en su evangelio, conocido como el “evangelio de la misericordia”, va a mostrarnos el que es, para nosotros, el verdadero rostro de Dios-Padre. Lo hará tomando como punto de partida el rechazo que produce entre los escribas y fariseos, la cercanía y compresión que el Señor Jesús manifiesta hacia todos los pecadores. Ellos, escandalizados por este comportamiento, murmurarán diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

A fin de hacer patente la importancia de la misericordia y mostrar como en una radiografía el interior del corazón de Dios, el Señor Jesús recurre a tres parábolas: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la parábola del Hijo Pródigo. En las dos primeras y particularmente en la de la oveja perdida, destaca la fiesta y el regocijo que hay en el cielo, cuando un pecador, reconociendo sus debilidades, vuelve el rostro hacia Dios. Es necesario señalar en esta parábola, el hecho de que la oveja no hace nada, y que es el pastor el que, incluso poniendo en peligro su vida, se afana por encontrarla.

En la tercera parábola, la del Hijo Pródigo, queda de manifiesto que el Señor Jesús conocía mejor que nadie el interior del corazón de Dios. Es imposible que alguien que no tuviera ese mismo corazón, llegara, ni por asomo, a imaginar el comportamiento de Dios-Padre ante la forma de actuar del hijo.

No vamos a exponer la parábola, solo vamos a considerar algunos aspectos de la misma, para poner de manifiesto el inmenso amor y a la vez el exquisito respeto que Dios siente por cada uno de nosotros sus hijos.

Cuando el hijo pide al padre la parte de la herencia, éste, pudiendo negársela, no lo hace, aún a sabiendas de que va a ser su perdición. También a ti y a mí, el Padre, a pesar de que sabía el mal uso que íbamos a hacer de la libertad, no dudó en ningún momento en concedérnosla.

El padre no desespera del regreso del hijo y, podemos imaginarlo, oteando cada día el camino a la espera de distinguir la silueta del hijo que regresa. Cuando esto sucede, no duda en echarse a correr para abrazarlo. También tú y yo abandonamos la casa paterna muchas veces para llevar nuestra vida siguiendo nuestros caprichos. Merecemos un buen azote, pero la respuesta del Padre es otra, espera con los brazos abiertos y con infinita paciencia nuestro regreso.

Cuando el hijo intenta pedir perdón, el padre lo abraza y lo llena de besos. Sobran las explicaciones, no hay reproches. Lo importante es que de nuevo tiene junto a sí, al hijo que tanto ama. Es la misma actitud del pastor al encontrar la oveja perdida, no la maltrata, al contrario, la carga sobre sus hombros. Tampoco a ti y a mí el Señor nos pide explicaciones. Lo que le importa es que nos volvamos hacia él, reconociendo nuestra mala cabeza y acogiéndonos a su misericordia.

El Señor Jesús nos muestra con esta parábola el interior del corazón del Padre. Un corazón que ama sin medida. Un corazón en donde no cabe el rencor. Un corazón que perdona sin límite. Un corazón, lo vamos a decir con una expresión humana, que goza inmensamente cuando nos ve a nosotros felices.

Todo esto nos lleva a eliminar de nuestro interior todo temor, aún a sabiendas de que somos hijos infieles. La magnitud de nuestro pecado será siempre infinitamente menor, que el amor y la misericordia que Dios siente por cada uno de nosotros.

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