DOMINGO XXIII DE TIEMPO ORDINARIO -C-
«QUIEN NO LLEVE SU CRUZ DETRÁS DE MÍ, NO PUEDE SER DISCÍPULO MÍO»
CITAS BÍBLICAS: Sab 9, 13-18 * Flm 9b-10.12-17 * Lc 14, 25-35
Hemos hablado en distintas ocasiones sobre la radicalidad del Evangelio. Podemos decir que uno de los pasajes del evangelio en el que se muestra con mayor fuerza esa radicalidad, es aquel en el que el Señor Jesús afirma: «El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.». Decimos esto, porque también hoy, en el evangelio, el Señor Jesús es radical, tajante en sus afirmaciones.
Hoy, el Señor, volviéndose hacia la muchedumbre que lo sigue dice: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío». Esta traducción del evangelio es un tanto suave. No ocurre lo mismo con la que nos ofrece la Biblia de Jerusalén, que es una de las más fieles a los textos originales. En ella, se pone de manifiesto mucho más la radicalidad de la que hablamos, ya que dice textualmente: «Si alguno se viene conmigo y no odia a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos…, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío».
Vemos, pues, que no habla de posponer, sino que dice odiar. Es fácil que a más de uno esta expresión odiar, le haga daño a los oídos y le haga pensar: ¿Cómo es posible que el Señor, que tanto insistió en su vida hablando del amor hoy nos empuje a odiar a los nuestros? La respuesta la hallamos al fijarnos en el Mandamiento principal de la Ley que dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo».
Si amamos a Dios con todo el corazón y con toda el alma, es imposible que no amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Lo que no podemos hacer es invertir los términos. Si amamos a los nuestros más que a Dios, se convierten en ídolos para nosotros ya que ocupan el lugar que solo Dios merece. Dicho con otras palabras: aparta de ti y odia todo aquello que se interpone entre Dios y tú. Todo aquello que impide que Dios sea lo primero en tu vida. Te aseguro que, si Dios es lo primero en tu vida, podrás amar a los tuyos si ninguna limitación, hasta el extremo de estar dispuesto a dar tu vida por ellos.
Es tan importante la misión que Dios pone en nuestras manos como cristianos, que nos invita a seguirle cargando con nuestra cruz de cada día. ¿Cuál es mi cruz, puedes preguntar? Tu cruz es todo aquello que en tu vida que no puedes soportar, que te impide ser feliz. Tu genio, tus vicios ocultos, el carácter de tu mujer, de tus padres o de tus hijos. La falta de dinero que te impide atender a tus necesidades, la falta de trabajo, la enfermedad… etc. Todo aquello de tu vida que escapa a tu control, que te impide ser feliz y que pone de manifiesto tu impotencia.
Quizá sigas preguntado: ¿Por qué el Señor en vez de quitarme esa cruz quiere que cargue con ella y le siga? Sencillamente, porque por un lado te hace ver que eres impotente para cargar con tu cruz, con tu realidad de cada día. Por otro lado, quiere que experimentes su poder, ya que está siempre contigo dispuesto a echarte una mano. Es muy importante también tener en cuenta que el Señor dice: «Quien no lleve su cruz detrás de mí…», significando que es él, el que va abriendo camino. San Pablo lo tenía muy presente cuando exclamaba: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta».
El Señor nos ha elegido para una gran empresa: dar a conocer su salvación a todos los hombres. Y como no quiere que te llames a engaño, te pregunta: «¿Has calculado los gastos? ¿Sabes qué significa ser discípulo mío? ¿Estás dispuesto a seguirme sin condiciones?» La empresa que pone en nuestras manos es demasiado importante como para no tomarla en serio. De ahí la radicalidad del Evangelio. No podemos jugar con dos barajas. Por eso también es importante tener en cuenta el premio que nos otorga, y que no es otro, que empezar ya aquí y ahora a vivir la vida eterna.
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