DOMINGO XVII DE TIEMPO ORDINARIO -C-
«SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR»
CITAS BÍBLICAS: Gén 18, 20-32 * Col 2, 12-14 * Lc 11, 1-13
La semana pasada hablábamos de la importancia de la oración y de cómo el Señor Jesús buscaba momentos de intimidad con el Padre. Hoy, precisamente, san Lucas nos habla de uno de esos momentos y de cómo los discípulos, viéndole en oración, le piden que les enseñe a orar.
El regalo que el Señor les va a hacer, tanto a ellos como a nosotros, tiene un valor inconmensurable, pues se trata, ni más ni menos, que de la entrega del Padrenuestro. Una oración que, sin duda, recitamos en muchísimas ocasiones durante nuestra vida, pero, seguramente, sin ser demasiado conscientes de lo que decimos. Veámoslo con un poco de detenimiento.
En el Antiguo Testamento, que es para nosotros la historia con la que Dios ha llevado a los hombres a la salvación, el Pueblo de Israel, al referirse a Dios, lo hace dándole el título de Padre, pero más bien de una manera colectiva e histórica, pero no tanto de manera personal.
Hoy, el Señor Jesús es el que nos enseña a dirigirnos a Dios con el título de Padre. Algo totalmente incomprensible para nuestra mentalidad. ¿Cómo es posible que el propio Señor, a nosotros, infieles y pecadores, nos enseñe no sólo a considerarnos hijos de Dios, sino a dirigirnos a Él llamándole Padre? Si no fuera porque es el mismo Hijo el que nos enseña a dirigirnos a Dios como padre, hacerlo sería un verdadero atrevimiento.
El Señor nos enseña, también, a ponernos ante nuestro Padre-Dios sin temor a ocultar nuestra condición de pecadores. Es más, siendo conscientes de nuestra debilidad, nos invita a acudir a Él, para que, perdonando nuestras culpas, nos ayude a no caer en tentación.
Después de enseñarnos el padrenuestro, el Señor Jesús pone una parábola para darnos a conocer cómo debemos rezar. Nuestra oración ha de ser confiada e insistente. El personaje que pide los tres panes sabe de antemano que su amigo acabará ayudándole, a pesar de la hora intempestiva y de las circunstancias en las que él le pide ayuda. Ha de ser también insistente. Es necesario poner de manifiesto que aquello que pedimos tiene gran importancia para nuestra vida.
Muchas veces nos da la sensación de que el Señor pone oídos sordos ante nuestra plegaria. Sin embargo, eso no es así. Lo que ocurre es que el Señor nos pone a prueba para comprobar hasta qué punto llega nuestro interés, y hasta qué punto necesitamos lo que pedimos. Si el protagonista de la parábola se hubiera dado por vencido ante las primeras negativas de su amigo, nunca hubiera conseguido que le ayudara. Por eso, necesitamos, por una parte, acercarnos al Señor con la confianza de que obtendremos lo que pedimos, y por otra, hemos de pedirlo con insistencia.
Si Dios es nuestro Padre, como nos lo ha enseñado el Señor Jesús, ¿cómo, conociendo nuestras necesidades va a negarnos su ayuda? Lo que ocurre es que dudamos de la fuerza de la oración y también del entrañable amor que siente por nosotros nuestro Padre.
El Señor pone en nuestras manos un arma poderosa, la oración. Seguramente no acabamos de valorar la fuerza y la importancia que tiene. Baste recordar, como lo demuestran varios pasajes de la Escritura, que es lo único capaz de hacer que el Señor cambie sus planes para con nosotros. La oración todo puede alcanzarlo, y más, si se hace con confianza y a la vez con insistencia.
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