DOMINGO DE PENTECOSTÉS -C-
«RECIBID EL ESPÍRITU SANTO...»
CITAS BÍBLICAS: Hch 2, 1-11 * 1Cor 12, 3b-7.12-13 * Jn 20, 19-23
Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés. Han pasado cincuenta días de la Resurrección del Señor que, como veíamos la semana pasada, después de estar mostrándose a sus discípulos durante cuarenta días, ascendió al cielo para sentarse a la derecha de Dios. Él, había recomendado a sus discípulos: «Quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto».
El Señor Jesús, hablando a sus discípulos poco antes de su Pasión, les había dicho: «Mucho me queda por deciros, pero ahora no podéis con ello… el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».
Hoy, domingo de Pentecostés celebramos el cumplimiento de la promesa del Padre. La Iglesia, fundada por Jesucristo alcanza hoy su madurez. Aunque, como Él prometió, la presencia del Señor Jesús en su iglesia es continua, ya nada de lo que ocurra en ella sucederá sin la acción del Espíritu Santo.
Ahora podemos preguntarnos ¿quién es el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es la persona que encarna el Amor mutuo entre el Padre y el Hijo. Antes de continuar hay que hacer una aclaración, el hecho de que sea la Tercera Persona no significa que sea menor que la otras dos, sino que es igual al Padre y al Hijo. Aunque las tres divinas personas son iguales, dentro de nuestra limitación, atribuimos a cada una, una función que la distingue de las otras. Así decimos, que el Padre es el Creador, el Hijo es el Redentor y el Espíritu Santo es el Santificador.
Con frecuencia hemos hablado de la impotencia que tenemos para obrar el bien, de nuestra debilidad a la hora de enfrentarnos a las tentaciones, de la incapacidad que sentimos a la hora de perdonar a aquellos que nos hacen daño, de nuestra flaqueza a la hora de afrontar sufrimientos o enfermedades, etc., es precisamente, en estas situaciones que nos desbordan, cuando se hace sentir la acción del Espíritu Santo.
La Secuencia que precede a la proclamación del evangelio de hoy, expresa admirablemente algunas de las acciones que el Espíritu Santo lleva a cabo en nuestra vida. Veamos alguna de ellas: Se le llama Padre amoroso del pobre, fuente del mayor consuelo, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo y brisa en las horas de fuego. Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
En la misma Secuencia, un poco más adelante pedimos al Espíritu Santo: Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito y guía al que tuerce el sendero. Salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Como podemos ver, nada de lo que ocurre en nuestra vida es ajeno a la obra del Espíritu santo. Él es, además, nuestro Defensor. Eso es lo que significa la palabra Paráclito. El Maligno, enemigo de Dios y, por lo tanto, envidioso de nuestra condición, es el Acusador, el que pone de manifiesto nuestra debilidad y nuestros pecados exigiendo el castigo que merecemos por ellos. Como contrapartida, es el Espíritu Santo el que testifica a nuestro espíritu que, el amor que el Padre nos ha manifestado en la Cruz de su Hijo Jesucristo, desborda por completo nuestra culpa y hace que podamos presentarnos ante Él limpios de todo pecado. El mismo Espíritu en nuestro interior da testimonio de que somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos de Jesucristo.
Si tú y yo hoy estamos en la Iglesia de Jesucristo, es para que seamos delante de los que nos rodean sus testigos, testigos de su Resurrección y de la Vida Eterna. Pidamos al Espíritu Santo el don de fortaleza para llevar adelante esta misión.
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