DOMINGO III DE PASCUA -C-
«SIMÓN, HIJO DE JUAN, ¿ME AMAS MÁS QUE ESTOS?»
CITAS BÍBLICAS: Hch 5, 27b-32.40b-41 * Ap 5, 11-14 * Jn 21, 1-19
El apóstol san Juan nos sitúa hoy en su evangelio a orillas del mar de Galilea. Están presentes Simón Pedro, Tomás, Natanael, los Zebedeos y dos discípulos más. De momento Pedro dice: «Me voy a pescar». Los demás, contestan: «Vamos nosotros también contigo».
Dice san Juan que aquella noche no pescaron nada. Al amanecer, alguien desde la orilla pregunta: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Le responden, no. Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». Lo hacen así y no tenían fuerzas para sacarla. Juan dice a Pedro: «Es el Señor». Pedro, sin dudarlo, se ata la túnica y se echa al agua.
Al llegar a tierra ven unas brasas con un pescado encima y pan. Jesús les dice: «vamos, almorzad». Pedro arrastra la red hasta la orilla repleta con 153 peces grandes. Nadie se atreve a preguntar tú ¿quién eres? Saben muy bien que se trata del Señor.
Después de comer Jesús pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» Pedro responde: «Sí, Señor, Tú sabes que te quiero». La pregunta del Señor va mucho más allá de la respuesta que le da Pedro. El señor habla de amar y Pedro responde con querer. Quizá alguno diga: y ¿Qué diferencia hay entre lo uno y lo otro? Mucha. Amar es desear la felicidad para el otro, aun cuando su camino sea diferente al nuestro. Amar es un sentimiento desinteresado que nace en un donarse. Amar es darse por completo desde el corazón, es entrega total. El que ama no pide el amor del otro, de ahí que el amor nunca será causa de sufrimiento.
Por el contario, querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás lo que llena nuestras necesidades personales de afecto, de compañía. El querer exige correspondencia de parte del ser querido.
El Amor del Señor es entrega total, sin condiciones. Nos ama, seamos como seamos. Por eso su amor ni nos exige nada ni desea que cambiemos para podernos amar. Sin embargo, nosotros, como Pedro, queremos al otro porque tenemos la necesidad de sentirnos a la vez queridos. Necesitamos para poder vivir experimentar el amor de Dios que nos ama sin condiciones.
Por tres veces hace el Señor la pregunta a Pedro, y por tres veces recibe de Pedro la misma respuesta. Por tres veces Pedro negó al Señor y por tres veces el Señor le muestra su amor sin condiciones.
El Señor, hoy nos dice: Juan, María, Lucía, José… ¿Me amas? Pensemos que respuesta podemos dar al Señor. ¿Lo amamos verdaderamente con todo el corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas? ¿O más bien, en vez de amarlo nos limitamos a quererlo de una manera egoísta porque lo necesitamos? Aunque así sea, no debemos entristecernos, porque el Señor conoce nuestra realidad. Conoce nuestras limitaciones, nuestras debilidades, nuestros desánimos y nuestra impotencia.
Aunque muchas veces, como Pedro, si no de palabra, sí con los hechos le neguemos, su amor, está por encima de todo esto. Él sigue amándonos y sigue dándonos su amor, porque sabe que es lo único que puede hacernos felices.
Por nuestra parte hagamos como Pedro. No nos miremos a nosotros mismos, sino mirémosle a Él y digámosle también: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que, en nuestra pobreza, también nosotros queremos quererte”.
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