DOMINGO IV DE PASCUA -C-
«YO CONOZCO A MIS OVEJAS Y ELLAS ME SIGUEN»
CITAS BÍBLICAS: Hch 13, 1-4.43-52 * Ap 7, 9.14b-17 * Jn 10, 17-30
Tradicionalmente se conoce a este domingo cuarto de Pascua, como al Domingo del Buen Pastor. Los evangelios que corresponden a los tres ciclos litúrgicos, sacados todos del evangelio de san Juan, nos muestran al Señor Jesús asumiendo la figura entrañable del pastor.
No es de extrañar que el Señor gustase presentarse ante sus discípulos como el Buen Pastor, pues, ya, en el Antiguo Testamento, Dios-Padre se muestra al Pueblo como su pastor. Así los vemos en el salmo 80 que empieza diciendo: «Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño…» También en el salmo 23 el salmista dice: «El Señor es mi pastor, nada me falta…».
Siguiendo esta tradición bíblica, al Señor Jesús le gusta mostrarse como un pastor que cuida con mimo a sus ovejas. Podemos preguntarnos, cuál es el motivo de esta preferencia. En primer lugar, porque el pueblo de Israel es en sus orígenes un pueblo de pastores y por tanto la figura del pastor es muy familiar para todos aquellos que escuchan a Señor. Y, en segundo lugar, porque el trato que el pastor brinda a sus ovejas no puede ser más delicado.
El pastor conoce a sus ovejas una por una, conoce sus caprichos y preferencias y las llama por su nombre. Busca para ellas los mejores pastos y las aguas más frescas. Las defiende de los peligros que las acechan hasta exponer su propia vida. Finalmente, busca a la que se ha extraviado sin arredrarse por las dificultades, y cuando la encuentra, no la hace volver al rebaño a trompicones, sino que cargándola sobre sus hombros la lleva con mimo hasta el redil.
Todo lo que el pastor hace con sus ovejas tiene un paralelismo con lo que el Señor hace cada día con cada uno de nosotros. También para él no somos un número más como sucede en algunos ejércitos o en las cárceles. Él nos conoce a cada uno por nuestro nombre. Conoce nuestra manera de ser, nuestro carácter y nuestros caprichos y pecados. Nos alimenta con su Palabra y su Eucaristía, dándonos fortaleza para resistir a las asechanzas del enemigo, y, para que nosotros no nos perdiéramos atrapados por la muerte, no solo puso en peligro su vida, sino que la entregó por completo para nuestra salvación. Finalmente, cuando nosotros usando mal de nuestra libertad nos apartamos del rebaño, no usa la violencia para hacernos volver al redil, sino que con inmenso amor y con una enorme paciencia, espera nuestro regreso sin reprocharnos absolutamente nada.
Las ovejas corresponden a los cuidados y mimos del pastor siendo dóciles a sus indicaciones. Conocen la voz del pastor y lo siguen confiadas. Hoy, así nos lo dice el Señor en el evangelio: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna». Es necesario, pues, que tengamos el oído abierto para escuchar el silbo amoroso del Pastor. Él sólo quiere para nosotros la felicidad y la vida. Sabe que son muchos los peligros que nos acechan, y está dispuesto a librarnos de la mano del enemigo, que es mucho más fuerte que nosotros, si nosotros le dejamos actuar en nuestra vida.
Como a veces tenemos dificultad en reconocer a nuestro Pastor, su amor por el rebaño llega al extremo de ponernos pastores cercanos a nosotros, para que nos guíen y nos acompañen en nuestro caminar por la vida. También a ellos debemos escuchar para evitar que, pastores asalariados, que no buscan el bien de las ovejas sino su propio interés, en vez de llevarnos a frescos pastos y fuentes tranquilas, nos lleven por el camino de la perdición.
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