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DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

«EL SEÑOR HA RESUCITADO DEL SEPULCRO COMO HABÍA DICHO»

 

CITAS BÍBLICAS: Hch 10, 34a.37-43 * Col 3, 1-4 * Jn 20, 1-9

Llegamos al punto culminante de toda la Historia de Salvación. Todos los acontecimientos que nos narra la Escritura en el Antiguo Testamento, alcanzan su plenitud y cumplimiento en la Pascua del Señor Jesús.

A causa del pecado de nuestros primeros padres, todo el plan que Dios-Padre había concebido al crear el universo y en él al hombre para que lo dominara, se desmorona por completo. El Señor nos creó para la felicidad y la vida, de manera que la muerte era algo ajeno a sus planes. Dios, como dice el Libro de la Sabiduría, «no creó la muerte ni se complace en la destrucción del hombre». Sin embargo, éste, haciendo mal uso de la libertad que ha recibido, se separa de Dios que es origen y principio de la misma vida, y queda sumergido en las tinieblas esclavo de la muerte.

Ante esta situación y movido por un amor que sólo Dios es capaz de manifestar, el Señor concibe un plan de salvación para el hombre. Su propio Hijo, Dios como Él, se revestirá de una carne mortal como la nuestra, haciéndose en todo semejante a nosotros excepto en el pecado, de manera que nada de la que nos suceda a ti y a mí, será extraño para él.

La finalidad de la encarnación del Hijo de Dios era hacer posible que su carne mortal conociera la muerte, de manera que, penetrando en ella, la fuerza de su divinidad la venciera totalmente. Esto es, precisamente, lo que celebramos en la Pascua. Cristo, cargado con todos los pecados de la humanidad, también con los tuyos y los míos, dócil a la voluntad del Padre, sufre una pasión ignominiosa que termina entregando en la cruz hasta la última gota de su sangre.

El brazo de Dios, aquel que camino de la Tierra Prometida abrió el Mar Rojo para que Israel lo atravesara a pie enjuto, fue el que, sacando al Señor Jesús del sepulcro, lo resucitó, para que su muerte no cayera sobre nuestras conciencias y pudiéramos también nosotros, libres del pecado, experimentar en nuestras vidas su victoria sobre la muerte.

Ésta es la gran noticia. Ya no somos deudores de la muerte, porque el Señor, cargando sobre sí todos nuestros pecados, le ha arrancado el aguijón con el veneno que nos mataba. Podemos decir, por tanto, con el Apóstol Pablo «¡Oh muerte! ¿dónde está tu victoria? ¡Oh muerte! ¿Dónde está tu aguijón?» La resurrección de Cristo es para nosotros la garantía de nuestra propia resurrección. Ella nos abre de nuevo las puertas del cielo, devolviéndonos la condición de hijos adoptivos de Dios.

La resurrección del Señor es el centro del cristianismo, el centro de nuestra fe. De manera que, sin ella, lo que llamamos historia de salvación no tendría razón de ser. La Pascua, o sea el paso de la muerte a la vida del Señor Jesús que celebramos en la Vigilia Pascual, es tan importante en la vida del cristiano, que la Iglesia la prolonga durante todo el año, mediante la celebración de la Eucaristía de cada domingo.

De nosotros ha de nacer un profundo agradecimiento a Dios-Padre, porque, sin merecerlo, nos ha devuelto en la resurrección del Señor, la vida y la alegría. Nuestra existencia vuelve a tener sentido. No somos seres que caminamos hacia la muerte por causa del pecado, sino que somos criaturas nuevas llamadas a heredar con Cristo el reino de los cielos, la vida eterna.


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