DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR -C-
¡BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR!
CITAS BÍBLICAS: Is 50, 4-7 * Flp 2, 6-11 * Lc 22, 14 – 23, 56
Celebramos este domingo la Entrada triunfal del Señor en Jerusalén. Con él damos comienzo a la Semana Mayor o Semana Santa. En ella viviremos actualizados los grandes misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, o sea, la Pascua del Señor Jesús.
Hemos dicho de manera actualizada, para significar que en esta semana no nos limitamos a hacer un recuerdo de lo que hace más de dos mil años sucedió en Jerusalén, sino que aquellos acontecimientos se harán presentes hoy en nuestra vida a través de la liturgia de la Iglesia.
Todos esto significa que no vamos a quedarnos como meros espectadores de esta historia, sino que entraremos a formar parte de ella como protagonistas. De manera que hoy, formaremos parte de la multitud que aclama al Señor como al Mesías- Salvador, acompañándolo en su entrada triunfal en la Ciudad Santa.
El Señor viene decidido a culminar la obra de salvación que Dios-Padre ha dispuesto para toda la humanidad, para ti y para mí. Sabe perfectamente todo lo que le espera, y si en algún momento su humanidad flaquea, cosa que nos conforta al ver que su condición humana es idéntica a la nuestra, sabe sobreponerse y exclama: «¡Si para esto he venido!».
Hemos dicho que también nosotros seremos protagonistas, porque también el Señor nos sentará a su Mesa y nos alimentará, como a los apóstoles, con su Cuerpo y con su Sangre. Estaremos junto a Él en Getsemaní, porque también en nuestra vida tenemos momentos de profundo sufrimiento, y deseamos que el Señor aparte de nosotros aquello que nos mata y nos destruye. Seremos protagonistas con Judas y con Pedro porque, con nuestro comportamiento, lo traicionamos muchas veces volviéndole la espalda y dejándolo sólo.
Pediremos junto a la muchedumbre, no de palabra, pero sí con los hechos, que Pilato crucifique al Señor. Y, ¡ojalá! como Pedro, viendo nuestras infidelidades y pecados, lloremos pidiendo al Señor misericordia.
Veremos al Señor colgando de la Cruz y entregando por nosotros hasta la última gota de su sangre. Al besar esa Cruz de la que pende nuestra salvación, besaremos nuestras miserias y limitaciones, nuestras debilidades, fracasos, enfermedades, incomprensiones, todo aquello que nos hace presente que somos limitados y que necesitamos la ayuda del Señor para vivir.
Acompañaremos a la Virgen que, con el corazón traspasado por el dolor, al pie de la Cruz nos recibe como a hijos. Esa ha sido la voluntad del Señor. Hasta ese punto nos ha amado y ha querido cuidar de nosotros. Él ha experimentado en la Cruz la mayor soledad posible cuando ha dicho: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Por eso, conociendo nuestra debilidad, no ha querido dejarnos solos, sino que, en su Madre, nos ha dado una Madre que cuide de nosotros y que nos acompañe en el camino para llegar a encontrarnos con Él.
Finalmente, ¡ojalá! estemos todos como María junto al sepulcro y podamos ser testigos de que, con la resurrección del Señor, la muerte, nuestra muerte, ha sido vencida y han quedado abiertas para nosotros las puertas del Paraíso.
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