CONVIÉRTETE Y CREE EN EL EVANGELIO
Hemos iniciado la Cuaresma recibiendo sobre nuestras cabezas la ceniza.
Este sacramental nos recuerda las penitencias que antiguamente llevaban a cabo los pecadores públicos que, a causa de sus pecados, se veían imposibilitados de tomar parte en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia. Dado que su pecado era conocido por todos, la penitencia correspondiente tenía que ser también pública.
Hasta el Concilio la fórmula que se empleaba al imponer la ceniza era: “Recuerda, hombre, que eres polvo y que en polvo te has de convertir”. Se trataba de una fórmula eminentemente penitencial que hacía presente el origen del hombre hecho del barro de la tierra y también su final, donde el cuerpo se descompondrá en cenizas.
Esta fórmula adolece de no empujar al hombre hacia la esperanza. Está centrada únicamente en la condición perecedera del hombre.
La fórmula que ahora emplea la Iglesia es muy diferente. Hace referencia a la conversión y a creer en el Evangelio. «Conviértete y cree en el Evangelio». Es una fórmula que nos abre un camino a la esperanza.
Por una parte, nos invita a la conversión. Y ¿qué es la conversión, podemos preguntar? Convertirse significa asumir, reconocer delante de Dios nuestra naturaleza de pecado. Nuestra pequeñez, nuestra debilidad… que hacen que seamos incapaces de obrar el bien. De hacer lo que es la voluntad de Dios para nosotros. La conversión implica, por tanto, la humildad y también el reconocimiento de la misericordia de Dios, que no abandona al pecador.
La segunda parte de la fórmula dice: «Cree en el Evangelio». Creer en el Evangelio significa creer en la Buena Noticia. ¿Cuál es la Buena Noticia? La buena noticia es tener la certeza del inmenso amor que Dios-Padre siente por el hombre pecador. Es tener el convencimiento de que el Señor nos ama en nuestra realidad. Que no pone condiciones ni nos exige nada. Que su amor llega hasta el extremo de entregar a su propio Hijo a la muerte, para que tú y yo no nos perdamos para siempre. Esa es la gran noticia. Un Dios que odia al pecado, pero que ama entrañablemente al pecador. Un Dios que ha resucitado a su Hijo de la muerte y nos ha regalado su Espíritu, que clama dentro de nosotros: Abbá, papá. Esa es la Buena Noticia. Esa es la gran noticia.
Bendigamos, pues, al Señor, que no se cansa en perdonar y que cada día espera nuestro regreso con ansia, si nos hemos apartado de su amor.
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