DOMINGO I DE CUARESMA -C-
«ESTÁ ESCRITO: NO SÓLO DE PAN VIVE EL HOMBRE»
CITAS BÍBLICAS: Dt 26, 4-10 * Rm 10, 8-13 * Lc 4, 1-13
Estamos en el primer domingo de la Cuaresma, que dio comienzo el pasado miércoles con la imposición de la ceniza.
La Cuaresma es un tiempo de preparación a la celebración de la gran fiesta cristiana de la Pascua. La Pascua del Señor Jesús es el hecho primordial de nuestra fe. De nada hubieran servido el resto de acontecimientos de la vida del Señor, si no hubieran culminado con la Pascua. Por eso, por la importancia que tiene, la Iglesia la prepara durante los cuarenta días que la preceden, o sea los cuarenta días de la Cuaresma.
En nuestra vida, aunque no somos conscientes de ello, está presente el maligno que, como enemigo acérrimo de Dios, pretende desbaratar el plan de salvación que el Señor ha preparado para nosotros. Lo hace, como un día lo hizo con nuestros primeros padres, mostrándonos como bueno y apetecible aquello que el Señor, a fin de que seamos felices, nos aconseja no hacer.
La tentación, en nuestra vida, es indispensable porque nos ayuda a ejercitar nuestra libertad. El Señor no desea que lo amemos a la fuerza, sino que quiere que lo hagamos de una manera libre y consciente.
Las tres tenciones a las que el demonio somete hoy al Señor Jesús, son las mismas que sufrieron nuestros padres cuando salieron de Egipto y se dirigieron a la Tierra Prometida. Son tres: en primer lugar, exigieron a Dios comida y agua. Hoy el maligno ha dicho al Señor: «¿Tienes hambre? ¿No eres el Hijo de Dios? Di, pues, que estas piedras se conviertan en panes».
En la segunda tentación, el Pueblo se niega a caminar por el desierto. No acepta la historia, el plan que Dios ha preparado para ellos. El maligno hace lo mismo con el Señor. Le invita a no aceptar su condición de aldeano de Nazaret, y a mostrar su condición de Dios, a fin de que la gente crea en él.
En la tercera tentación vemos al Pueblo que, harto de seguir a un Dios al que no pueden ver, un Dios al que no pueden manejar y llevar de un lugar a otro, se construyen un ídolo de plata y oro, proclamando que es él, el que los ha sacado de Egipto. El maligno tienta al Señor Jesús, mostrándole todas las naciones y sus riquezas, y prometiendo entregárselas si lo adora. Le invita, pues, a dar culto a los ídolos, al dinero, a las riquezas, al poder. La respuesta del Señor es tajante: «Sólo Dios merece ser adorado. Sólo a Él debemos dar culto».
También en nuestra vida somos tentados como el Pueblo o como el Señor. El maligno, sobre todo, nos invita a asegurarnos la vida. El alimento, el bienestar. La meta fundamental de todo hombre es alcanzar una situación económica holgada, pensando con ello vivir feliz y sin preocupaciones. La realidad es que para ser felices necesitamos algo más que tener nuestro estómago satisfecho. «No sólo de pan vive el hombre, dice el Señor, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
Tampoco nosotros estamos de acuerdo con nuestra historia, con nuestra manera de ser, con nuestro físico, con nuestra situación familiar o de trabajo. Todos, si pudiéramos, cambiaríamos algo de nuestra vida. No somos conscientes de que el Señor nos da a cada uno aquello que es más conveniente para nuestra felicidad.
Finalmente, también nosotros, como el Pueblo, damos culto a los ídolos. Todos, consciente o inconscientemente, pedimos la vida al dinero. Es nuestro ídolo. Nadie concebiría una vida en la que no estuviera presente el dinero. Sin embargo, El Señor Jesús nos dice claramente en el Evangelio: «No podéis servir a Dios y al dinero»
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