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DOMINGO III DE ADVIENTO -C- GAUDETE

DOMINGO III DE ADVIENTO -C- GAUDETE

«ESTAD SIEMPRE ALEGRES EN EL SEÑOR»

 

CITAS BÍBLICAS: Sof 3, 14-18a * Flp 4, 4-7 * Lc 3, 10-18

Celebramos hoy el domingo tercero de Adviento al que tradicionalmente se le ha llamado de “Gaudete”, debido a que la epístola de san Pablo empieza diciendo: «Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca».

Yo me pregunto: ¿tenemos motivos para estar alegres? ¿Cuáles son las razones para esta alegría? Para sentir esta alegría es indispensable ser conscientes de nuestra situación existencial. ¿Estamos convencidos de que no somos libres, sino que vivimos en esclavitud? Quizá tú, extrañado, me preguntes, ¿de qué soy esclavo? Mira, entre otras cosas somos esclavos de los condicionamientos sociales, de manera que, en muchas ocasiones, nos vemos obligados a actuar en contra de lo que sería nuestro gusto. Somos esclavos del trabajo, de la familia, de la diversión, del qué dirán, pero sobre todo somos esclavos del pecado, que en cada uno se muestra de una manera diferente. A unos nos domina el egoísmo que nos impide tener en cuenta al otro. A otros es la soberbia la que los hace sentirse superiores a los demás. A otros es la sexualidad la que nos trae de calle, y a todos, son las riquezas, el afán por el dinero, las que rigen nuestra forma de actuar. Estamos sujetos además a los problemas de salud, a las enfermedades, que acaban haciéndonos presente que somos esclavos de la muerte.

Estar convencidos de que somos esclavos, que vivimos supeditados a los demás, que nuestras pasiones e inclinaciones nos dominan, es la situación óptima para recibir con alegría la noticia que nos da el Apóstol: «El Señor está cerca». El Señor está cerca y viene para salvar, para devolver el sentido a nuestra vida desorientada por el pecado. El cristiano es el único que puede vivir alegre porque sabe que nada de lo que le ocurre sucede para mal, sino que, en su vida, todo sucede para bien. Nuestro Padre Dios, no puede dar o desear nada malo para sus hijos.

Hoy, Juan el Bautista, nos llama a conversión. A reconocer que muchas veces hacemos las cosas mal, y que, ante la inminente llegada de Señor, es necesario reconocer nuestros fallos. Es necesario reconocer que somos pecadores y que, aunque lo deseamos, no podemos abandonar el pecado. Necesitamos la ayuda del Señor que está próximo y que lo único que nos pide es que, con humildad, reconozcamos nuestra debilidad, y las veces que, siguiendo nuestros caprichos, vamos a la nuestra y le damos la espalda. Él, no se escandaliza de nosotros porque nos conoce perfectamente y sabe que, con solo nuestro esfuerzo, somos incapaces de hacer lo que le agrada.

El Señor está cerca y hemos de preparar adecuadamente nuestro corazón para que pueda nacer en él. Cuando vino hace más de dos mil años, no quiso nacer en un palacio, eligió un humilde pesebre. Ahora no desea encontrar en nosotros superhombres, sino más bien, quiere nacer en un corazón que conoce sus debilidades y limitaciones. Un corazón que, como dice san Juan, esté dispuesto a hacer un lugar en él, al necesitado, al pobre, a aquel que pasa desapercibido y al que nadie tiene en cuenta. Alegrémonos, por tanto, porque el Señor no busca a hombres santos e impecables, sino que se complace en el pobre, en el humilde, en el pecador, en el que no vale. Para nosotros, convertirnos, es precisamente reconocer esto, reconocer que no somos mejor que nadie y que necesitamos la ayuda del Señor para vivir plenamente nuestra vida y ser felices.  


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