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DOMINGO IV DE ADVIENTO -C-

DOMINGO IV DE ADVIENTO -C-

«DICHOSA TÚ PORQUE HAS CREÍDO»

 

CITAS BÍBLICAS: Miq 5, 1-4ª * Heb 10, 5-l * Lc 1, 39-45

Damos comienzo con este domingo a la cuarta y última semana del Adviento. En las semanas anteriores hemos hablado de que, durante este tiempo litúrgico, la Iglesia nos ha recordado las dos venidas del Señor. Una venida que nos recuerda que hace más de 2000 años el Señor vino para salvarnos, y otra que nos hace presente que el Señor vendrá con poder por segunda vez al final de los tiempos.

Durante las tres primeras semanas del Adviento, la Palabra nos ha recordado la segunda venida del Señor invitándonos a estar alerta, porque nadie conoce ni el tiempo ni la hora de esa venida, sólo la conoce el Padre. En estos últimos días del Adviento, la Iglesia nos prepara de una manera inmediata a la celebración del nacimiento de Niño Dios en Belén, exhortándonos a disponer nuestro corazón adecuadamente para recibirle.

En el evangelio de este domingo san Lucas nos muestra a María que acaba de recibir la visita del ángel, anunciándole que va a concebir en su seno al Hijo del Altísimo. Ha conocido también que su pariente Isabel, anciana y estéril, ha concebido un hijo y se halla ya en el sexto mes del embarazo.

Llena de gozo por estas buenas nuevas se pone en camino hacia la casa de Isabel. Desea compartir con ella todo aquello que el Señor le ha revelado por medio de ángel. Se convierte así en la primera evangelizadora, en la primera mensajera que anuncia la Buena Nueva de la salvación.

Apenas Isabel oye el saludo de María salta de gozo en su seno el hijo que espera, y a voz en grito exclama: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, porque has creído!».

Es interesante constatar que todos estos acontecimientos que narra el evangelio, hallan cumplimiento en nuestra vida. En primer lugar, es de señalar la actitud de María después de recibir la buena nueva. Podía haberla guardado en su corazón, a la espera de que hallara cumplimiento. Sin embargo, no actúa de esa manera. Impulsada por el Espíritu Santo quiere hacer partícipe de esta noticia a los demás, en este caso a su pariente Isabel. A ti y a mí, también la Iglesia nos ha dado la gran noticia del amor de Dios, del perdón de nuestros pecados y de la salvación que nos ha otorgado a través de su Hijo Jesucristo. Una noticia que es desconocida para mucha gente, que vive esclava del pecado y sometida a la muerte. ¿Seremos capaces de, viendo su sufrimiento, callar y no hacerles partícipes de esta gran noticia? Si el Señor nos ha llamado a su Iglesia, no es para otra cosa, sino para que hagamos llegar a todos los que nos rodean el conocimiento de su salvación.

Yo, ahora, como Isabel te pregunto y a la vez me pregunto: ¿Qué méritos hemos hecho para que el Señor nos haya elegido y se haya complacido en nosotros? ¿Somos, acaso nosotros mejores que los demás? Ciertamente no, y probablemente, todo lo contrario. Por eso de nuestro corazón ha de brotar agradecimiento haciendo nuestras las palabras de Isabel: ¿Quién soy yo, Señor, para recibir sin merecerlos, tantos bienes de tus manos?

Una manera de mostrar nuestro agradecimiento consiste, en dar a conocer a los de más el gran amor que Dios nos tiene. Un amor que supera inmensamente todas nuestras infidelidades. Un amor que es capaz de amarnos sin medida y sin pedirnos nada a cambio. Un amor que nunca exige que cambiemos de vida, sino que nos quiere tal y como somos, con nuestros defectos y pecados. Ser testigos de este amor en medio de aquellos que nos rodean, es evangelizar. Es llevar a cabo la misión para la que Dios nos ha elegido.


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