DOMINGO II DE ADVIENTO -C-
«PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR, ALLANAD SUS SENDEROS»
CITAS BÍBLICAS: Bar 5, 1-9 * Flp 1, 4-6.8-11 * Lc 3, 1-6
San Lucas nos narra hoy el inicio de la predicación de Juan el Bautista anunciando la venida del Señor. Para que nos demos cuenta de que no se trata de acontecimientos imaginados por los discípulos, sitúa la acción del Bautista dentro de unos parámetros de la historia. Señala quiénes gobernaban en Judea y en las regiones limítrofes, y cita el nombre de Poncio Pilato que, como delegado del emperador romano, gobernaba aquel territorio.
Era un tiempo en que las gentes se hallaban sensibilizadas esperando la venida del Mesías que había de devolver a Israel su antiguo esplendor, liberándolo del dominio del poder romano.
Juan, como en otro tiempo hiciera el profeta Isaías, invitaba al pueblo a conversión para que a su llegada el Mesías encontrara a un pueblo bien dispuesto. Isaías había dicho: «Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale».
Una vez más se repite la historia. Una voz, la de la Iglesia, grita en medio del desierto del mundo anunciando que existe la salvación, que, aunque la sociedad, hombres y mujeres, vivan alejados de Dios impulsados por su egoísmo, buscando sólo la satisfacción personal sin tener en cuenta al prójimo, Dios no los ha abandonado. Que el amor de Dios permanece inalterable. Que Dios no se escandaliza ante tanta ingratitud, sino que, como Padre amoroso, espera al pecador con los brazos abiertos.
A nosotros, que nos llamamos discípulos del Señor, ver la situación de nuestras familias, de nuestros vecinos y conocidos, de nuestros gobiernos, no nos ha de desalentar, sino todo lo contrario. El Señor nos llama a ser, como Juan, sus testigos. A anunciar a todos más con hechos que con palabras, que nada está perdido y que el amor de Dios supera con creces todos los pecados.
La llamada que hace el profeta es totalmente actual. Hemos de estar dispuestos y vigilantes ante la venida del Señor que nunca viene a condenar, sino que su deseo es salvarnos a ti y a mí, que tantas veces le damos la espalda. Es necesario preparar el camino de Aquel que se acerca para librarnos de la esclavitud del pecado y del poder de la muerte. Con su ayuda, es necesario elevar los valles de nuestro desánimo y de nuestras depresiones. Es preciso pedir que nos ayude a rebajar los montes y las colinas de nuestro orgullo, de nuestro egoísmo. En eso consiste preparar el camino al Señor.
Como ya hemos dicho, cuando el Señor acontece lo hace siempre para salvar, nunca para condenar. Los que elegimos la condenación somos nosotros mismos al actuar según nuestro albedrío, sin reconocer ante Él que, aunque nos gustaría obrar el bien, cuando lo intentamos no podemos. Reconocer nuestra impotencia y la necesidad que tenemos de Él, es suficiente. Nov nos pide más.
Lograr la salvación con nuestro esfuerzo y nuestro empeño es totalmente imposible. Ningún hombre es capaz de conseguirlo. Sin embargo, la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven. Por eso nos envía a su Hijo Jesucristo, hombre débil como nosotros, pero omnipotente como Dios. Débil naciendo en un pesebre, débil colgando sin vida de una cruz, pero victorioso saliendo del sepulcro y derrotando a la muerte, para que nosotros, con su espíritu, podamos vencer también a la muerte.
Alegrémonos y permanezcamos vigilantes. Despojémonos, como dice el profeta Baruc, del vestido de luto y aflicción, fruto de nuestros pecados, y vistámonos las galas perpetuas que, con su amor, Dios nos da.
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