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DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO -B-

"Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".

 

CITAS BÍBLICAS: Is 35, 4-7a * St 2, 1-5 * Mc 7, 31-37

La primera lectura de este domingo pertenece al libro de Isaías. En ella el profeta viene a darnos ánimos de parte del Señor diciéndonos: "Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis" ¿Quiénes son, podemos preguntarnos, esos cobardes de corazón? Sin lugar a duda somos muchos de los que escuchamos esta palabra. Con frecuencia los acontecimientos de la vida, exceden nuestras propias fuerzas y afectan a nuestro ánimo. Unas veces se trata de problemas de salud, otras de problemas familiares, otras de problemas económicos, etc., También pueden afectarnos los acontecimientos de tipo político que estamos viviendo en la actualidad. A mí, personalmente, me preocupa comprobar la multitud de problemas que inciden en la convivencia ciudadana; la orientación que toman muchas disposiciones que afectan a la educación de nuestros hijos, a las libertades, al respeto que merecen las creencias personales, etc. Son problemas que escapan a nuestro control y que ponen de manifiesto nuestra impotencia.

Isaías a continuación nos da la clave para que podamos afrontar nuestra vida con todos estos problemas, sin temor. Nos dice: "Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará". Es una gran noticia saber que es el propio Dios el que está dispuesto a poner orden y a salvarnos. Por eso, seguros de la certeza de estas palabras, y sabiendo que la ayuda nos viene de lo alto, podremos decir con el salmista: "El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra."

Cómo será esa obra salvadora de nuestro Dios, nos lo dice el profeta a continuación: "Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará"

Hoy, precisamente, vemos cumplida en el evangelio la profecía de Isaías. Jesús camina hacia el lago de Galilea atravesando la Decápolis. De pronto, le presentan a un sordo, que, además, apenas puede hablar para que le imponga las manos y lo cure.

El Señor Jesús, apartándolo de la gente, le mete los dedos en los oídos y con su saliva le toca la lengua diciendo: "Effetá, esto es, ábrete" y al momento se le abren los oídos y se le suelta la lengua, de manera que oye y habla sin dificultad. La gente, sin salir de su asombro, exclama: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".

Espero que no llegues a pensar: Si no soy sordo, ni ciego, ni mudo, ¿cómo me puede afectar esta palabra? Sería estupendo que no te hicieras esta pregunta. Significaría que te conoces y que por tanto estás al corriente de tus limitaciones. Somos sordos, porque muchas veces tenemos el oído cerrado cuando escuchamos la Palabra o cuando no somos capaces de leer en los acontecimientos de la vida cuál es la voluntad de Dios. Somos ciegos cuando no somos capaces de ver en el que sufre, ya sea aquí o en la China, al hermano que necesita nuestra ayuda o nuestra comprensión ante sus errores. Finalmente, somos mudos cuando somos incapaces de confesar con nuestros labios nuestra condición de discípulos del Señor, y callamos por respeto humano.

Para nosotros, para los que obramos de esta manera viene hoy Isaías a decirnos de parte del Señor: "No temáis, Sed fuertes. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará"

 

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