DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO -A-
«LO EMPUJARON FUERA DE LA VIÑA Y LO MATARON»
CITAS BÍBLICAS: Is 5, 1-7 * Flp 4, 6-9 * Mt 21, 33-43
Durante las pasadas semanas el Señor Jesús ha adoctrinado a sus discípulos mediante el uso de parábolas. Hoy va a hacerlo de nuevo con la parábola de la viña y los labradores homicidas.
Empieza diciendo que un propietario plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y construyó una casa para el guarda. Al darnos todos estos detalles, el Señor pone de manifiesto el aprecio y el cariño que el propietario sentía por su viña. Sigue diciendo que, terminada la obra, la arrendó a unos labradores con el fin de que la cultivaran y la hicieran producir, y él partió de viaje.
Cuando llegó el tiempo de la recolección, el dueño de la viña envió criados para que los labradores les entregaran la parte de las ganancias que le correspondían. La reacción de los labradores ya la hemos escuchado. Se negaron a dar al propietario los beneficios y no contentos maltrataron a aquellos criados. El dueño de la viña pensó entonces que quizá si enviaba a su propio hijo, los labradores se avendrían y le entregarían los beneficios de la cosecha. Nada más lejos de la realidad. Aquellos insensatos sacaron fuera de la viña al heredero, lo mataron y pretendieron quedarse con la viña.
Si nos tocara juzgar a estos malvados y nos preguntaran qué castigo había que aplicarles, no dudaríamos en afirmar que no debían seguir y viviendo y que, como se dice en la parábola, merecían morir de mala muerte.
Aunque en general las parábolas que propone el Señor van dirigidas a sus discípulos, en esta ocasión, como hemos escuchado al inicio del evangelio, el Señor Jesús se dirige de manera especial a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo. Ellos han sido los encargados de cuidar, como dice en la primera lectura Isaías, a la Viña del Señor que es la casa de Israel. Sin embargo, como los labradores de la parábola, no han dado los frutos que el Señor esperaba y han maltratado hasta la muerte a los enviados, a los profetas, que les daban a conocer el buen camino. En su ceguera y obcecación, han llegado a sacar fuera de la viña, representada por Jerusalén, al propio Hijo del Propietario, para darle una muerte ignominiosa clavándolo en la Cruz.
No estamos nosotros muy lejos de actuar como los sumos sacerdotes. También el Señor nos ha llamado trabajar en su viña que es la Iglesia, para que diéramos los frutos adecuados. Nosotros, en cambio, no hemos dado muerte físicamente a los que nos han enviado, pero hemos obrado siguiendo nuestro criterio, nos hemos aprovechado egoístamente de los dones del Señor, y hemos hecho oídos sordos a aquellos que de su parte nos han llamado a conversión. Por eso, también nosotros merecemos la muerte que es el fruto de nuestros pecados.
Entre aquellos labradores que merecieron la muerte y nosotros, hay sin embargo una diferencia sustancial. Ellos vivieron en una época, el Antiguo Testamento, que estaba regida por la Ley, y según la ley, merecían la muerte. Nosotros, sin embargo, ya no vivimos en el régimen de la ley, sino que estamos inmersos en la economía de la gracia. Yo te pregunto ¿has recibido tú muchos castigos a causa de tu mal comportamiento? Yo, por supuesto, no. Todas mis miserias y pecados han llevado a la Cruz al Hijo del Dueño de la Viña, pero la ira del Propietario no ha caído sobre mí. La reacción de Dios-Padre al contemplar a su Hijo muerto en la Cruz a causa de mis pecados, ha sido ahora totalmente diferente. La ira se ha convertido en amor misericordioso. Las entrañas de misericordia de Dios-Padre al verme pecador, se han conmovido y han hecho imposible que yo sufriera castigo alguno.
Lo cierto es que mis pecados me acarrean sufrimientos, porque, como dice san Pablo, el pecado es el origen de la muerte, pero esos sufrimientos no tienen como origen el castigo de Dios. Por el contrario, es Dios el que, conociendo nuestras miserias y pecados y nuestra impotencia para salir de ellas, las ha perdonado por la sangre de su Hijo Jesucristo.
0 comentarios